Cobarde. Por Luis Oroz

No mires tan al fondo,
allí se difuminan la verdad y el peligro.
En la cueva sagrada de una edad infinita se descuelga tu piel
y suenan tus palabras como insectos perdidos,
como un vibrar de pájaros
sobre el abismo de cualquier deseo.

El eco de la vida reverbera en tus ojos,
anuncia su prisión en cada perspectiva
y convierte lo efímero en perenne.

¡Agita tus pestañas!
(son la mano imposible que sujeta la materia lumínica,
la celda que retiene en cada guiño al asesino de la oscuridad)
y no mires al fondo;
el que mira muy lejos acaba siendo víctima de su propia distancia.

Aprende a ver el todo que la obviedad esconde
y tendrás el poder de lo insignificante;
aquello que se expande,
                                                 como un beso,
por las eternas grietas de un minuto caído.

Ya arrojaste tu fuerza, como un ancla, sobre el azul de la melancolía.
Por eso eres feliz,
por eso crece el miedo en el desierto de tus esperanzas.

Mírate…
estás huyendo en círculos ahora,
eres consciente,
                                 alígero,
                                                 temible
como el instinto viejo del murciélago
suspendido en la luz de su ceguera.


Luis Oroz
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