Hola, amigos de Canal Literatura. Estoy bastante alejada del mundo de las letras, muy a mi pesar; esta época del año –la Navidad—, digamos que me incomoda un tanto. Hago miles de cosas que no acostumbro a realizar.
Lo sé: soy extraña. Y, a veces, bailo demasiado con la muerte. Es un pensamiento recurrente que no puedo evitar. Pasará pronto.
Si no vuelvo hasta el año próximo… ¡Disfrutad todo lo que podáis!
Besos,
Anna
—La casa fue construida en una atmósfera de desdicha, ha sido habitada en una atmósfera de desdicha [no sé si sabes o no, Bones, que mi tío Randolph estuvo implicado en un accidente, en la escalera del sótano, que le costó la vida a su hija Marcella, y después él se suicidó en un acceso de remordimiento. Stephen me contó el episodio en una de sus cartas, en la triste circunstancia del cumpleaños de su difunta hermana], y en ella se han producido desapariciones y accidente.
He trabajado aquí, señor Bones, y no soy ciega ni sorda. He oído ruidos espantosos en las paredes, señor, ruidos espantosos: golpes y crujidos y una vez un extraño aullido que era mitad risa. Aquello me congeló la sangre. Éste es un lugar sórdido, señor.
Al decir esto cayó; quizá tenía miedo de haberse excedido.
En cuanto a mí, no sabía si sentirme ofendido o divertido, curioso o sencillamente indiferente. Temo que la socarronería se impuso sobre mis otros sentimientos.
—¿Y qué sospecha, señora Cloris? ¿Que los fantasmas hacen rechinar las cadenas? Pero ella se limitó a dirigirme una mirada enigmática.
—Es posible que haya fantasmas. Pero no en las paredes. No son fantasmas los que aúllan y sollozan como condenados y chocan y tropiezan en la oscuridad. Son…
—Vamos, señora Cloris –la azucé-. Si ha llegado hasta este punto, ¿por qué no completa lo que empezó?
En su rostro asomó la expresión más rara de terror, resentimiento y, lo juraría, respeto religioso.
—Algunos no mueren –susurró–. Algunos viven en las sombras crepusculares, entre los dos mundos, para servirlo… ¡a Él!
Y eso fue todo. Seguí acosándola con mis preguntas durante unos minutos, pero ella se empecinó aún más y se resistió a agregar una palabra. Por fin desistí, temiendo que recogiera sus trastos y abandonara la casa.
Extracto de El umbral de la noche
Stephen King
Con la muerte
Vecina de pared con la muerte anunciada,
antes, fue el hijo de cabello blondo;
ahora, la madre desmembrada.
Sus ojos no ven y sus pies no se plantan,
manos sin tacto, ojos sin agua;
yerma y encamada,
vacía de pensamientos, prisionera en su casa.
Defensoras de la vida con el peso que caiga
aunque la carne vomite penas
y se abran llagas.
Aunque las palabras huyan blancas
y la calma no sea calma.
El niño de sus ojos marchó por delante
sin apenas mirarlas.
Guardan su recuerdo en la sangre atenazada,
las colillas de sus pitillos,
los útiles sanitarios que cambian y cambian.
El amor hecho odio,
el odio hecho trauma.
Vida sin vida,
mañana sin mañana.
Vecina de pared con la muerte anunciada.
Por eso no la temo;
por eso pronuncia mi nombre
y, después, se marcha.
Anna Genovés
13/06/2016