Dadme
un color de todos cuántos tiene el arco iris.
Algún perfume de todos los que desprenden la primavera,
alguna sensación de las que van dejando atrás las estaciones,
alguna luz de todas cuantas destilan los otoños…
Dadme
Una casualidad, una intemperie,
un huracán que arrastre sólo impertinencias,
una visión fugaz de dios –que no una aparición ni una videncia-.
Una fragilidad, un abandono que amodorre
el fuego febril de la contienda,
un despilfarro lento y comedido de felicidad
-para que dure más tiempo y no se extinga nunca-
Dadme
un sinónimo de contratiempo (estrago a la esperanza
que repliega sus alas inventadas y desperdiga su afán y su contexto
sobre cualquier estercolero sin futuro) — más-menos–.
Algún lastre que no impida el movimiento,
una lectura que vulnere la inocencia,
una talla sin brazos colgando desde el techo,
-postura irracional de la escultura-.
Dadme
algún amor de esos que se inventan las leyendas,
alguna insólita amanecida inexplicable,
algún atolladero por donde pueda pasar la incertidumbre,
una hora holgazana que duela a la conciencia (que no le duela nada)
en el dilatado resumen de una extensa modorra
a la hora bendecida y escasa de la siesta.
Dadme
algún necio imprudente y su cerilla eterna,
un congreso mundial de machos de occidente
-presuntos homicidas libres para matar-,
alguna atrocidad besando otra locura,
una noche sin luz invocando a la luna,
un autor de teatro redactando esquelas mortuorias,
y un río, un apacible río sosegado dormido a la serena,
junto a la luna que antes invocaba la noche, jugando a ser la muerta…
Dadme
alguna sociedad libre de culpas.
algún culpable dispuesto a confesar,
alguna pestilencia que hizo historia,
algún sentido que se dé a la noria
aparte de girar, girar, girar…
Y volver a comenzar buscando algún color
de todos cuantos tuvo el arco iris,
algún perfume que se pueda retener en la memoria…
María Dolores Almeyda
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