Decidme, poeta…
Decidme, poeta, desde un cántaro de agua vuestros versos.
Decidme que llegasteis a la flor abierta,
a las manos entregadas a otras manos,
al corazón poético de un gesto brotando desde un pecho.
Decidme que guardáis la letra en las lágrimas de un canto
y sólo su melodía a ti te abraza…
y nadie más la escucha.
Contadme cómo los cuerpos se pronuncian
y si es la madrugada lo que ya nunca termina.
Contadme cómo los ojos, en el aire, se tocan y acarician,
y son uno y otro prisioneros de las bocas.
Llamadme un día, tan del mar y la palabra,
que no quepan las mareas,
que no escapen los suspiros,
que no vuelen cual acacias las espigas en siluetas;
que los labios son eso: se tocan, se embelezan, se disfrutan;
son eso… y se sorben en espumas.
Y nosotros, impacientes, alterados, consumimos esos labios:
nos rendimos al delirio.
¿Quién toca a quién, entonces?
¿Quién lleva al mar su ola
y entrega al sol los besos?
¿Y quién, ya exhausto, explora y acomoda
la luz de la marea?
Nada nos toca, ni sentimos,
solamente el agua, su transparencia,
su boca frágil que nos roza,
su suave vestidura.
Y uno y otro, los dos juntos,
sabemos que nos palpan desde una flor abierta,
alegre, radiante, dichosa,
en un desliz de vuelo,
en un fragor de adagio,
en un clamor de dos…
de dos…
de dos a pleno encanto.
Salvador Pliego
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