Cubriste mi vida de cirios y velos,
y en la penitencia de tu cofradía,
sufrí tus enojos de noche y de día,
con crueles desdenes, caprichos y celos.
Perseguiste sola tus gozos y anhelos,
desde el egoísmo infiel de tu porfía,
y entonces, muy pronto murió la alegría,
cuando prometía amor de los cielos.
Llegó hasta mi mente la cruz de aquel mundo
que tú me ofreciste con tu rebeldía,
y que yo admitía segundo a segundo.
Te miré a los ojos y, en mi cobardía,
con el alma herida de dolor profundo,
no pude decirte… ¡cuánto te quería!
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Juan A . Galisteo Luque
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