Distancia y cercanía de la que espera.
En este distante pueblo, por la bondad olvidado,
todo cubierto de nieve y crepúsculo –¿será alba?–,
mi amiga ha hecho una nueva incisión
en aquel antiguo y sombrío madero.
Conozco su tozuda mirada
mientras escribe poemas que no concluye.
La blancura de su rostro es lo mismo que la leche
y sus mejillas encierran el rubor de un maternal beso.
Sus grises ojos son hermanos del pelaje de los lobos
que corren en los desamparados parajes.
Mi amiga está sola.
Su patria es un bloque de hielo enrojecido
y su tiempo el día de un invierno interminable.
Sin embargo, no fue siempre la soledad
su única y devota compañera.
Hubo un joven, con los cabellos rojos vibrantes,
de hermosa cara al congelante y perpetuo amanecer –¿será ocaso?.
Pero hubo un llamado y él sintió la obligación
que le hablaba desde los arroyos de sangre de su estirpe;
y entre los dos hubo un acuerdo
y se hizo una promesa.
Y hela aquí a ella, confinada, en la espera.
He visto a mi amiga afuera de su cabaña
mientras aglomera trozos de papel y los incendia.
La he visto llorar sobre el musgo
mientras desgarra sus ropas y en vano clama al horizonte.
He escuchado sus gritos en la lejanía,
que duran lo que dura la noche con sus días.
¡Si pudiera yo besarla y recoger sus lágrimas cayendo como joyas!
Me cautiva, igual que un exótico perfume,
su religiosidad de ferviente esposa.
Sé de su efímera alegría cuando arriba el semestral tranvía;
conozco su esperanza rota, sus ilusiones escurriendo como escurren
los sangrientos fluidos por la acequia en el horrendo matadero.
¡Si sólo pudiera para que calle abrazarla,
hasta que desvanezca inconsciente entre mis brazos!
Antes vestirá el luto que su afán concluya.
O acabarán los siglos sin que el contorno anhelado
se trace en la campiña.
Mi amiga está sola.
Su patria es un bloque de hielo enrojecido
y su tiempo el día de un invierno interminable.
Aleqs Garrigóz