El cuervo. Por Chalico

El cuervo.

 

Supongo que esta manzana madurará con el tiempo.

Por terquedad la arranqué del árbol desde antes

la mordí,

me supo agria

y percibí en ella el color verde naciendo

de las orillas del espacio que dejó la mordida.

Supongo que algún día dejaré de pedir perdón

por caminar a media noche en el bosque,

los lobos aullaban a mi paso

como si a lo lejos pudieran ver la catástrofe:

la luna, sobre una cuerda floja, se tambaleaba

y yo no la veía, no sé por qué;

pero algún día se saciará mi sed de perdón.

Supongo que algún día no seré yo quien rompa los espejos,

de mi boca saldrán más que gusanos,

los cuervos no se llevarán mis ojos ni mis letras

y lloverá sobre mí toda verdad posible;

mirad el espantapájaros, diré, es cierto que sin

la parvada de esas bestias carroñeras de ojos rojos,

sangre etílica,

garras afiladas,

plumas «radiantes»

y cantos desafinados

el cielo pierde la neblina;

mirad que hasta la miseria le teme al sol.

Supongo que algún día me pintaré de gris;

pero juro que me arranco las plumas antes de unirme a la parvada.

Supongo que los cuervos observan esta manzana,

le quitan la tierra,

le hunden el pico,

el jugo resbala por su garganta

y no disfrutan su sabor.

¿A mí qué me importa que los cuervos no hallen placer

en lo que no es para los cuervos?, me pregunto.

«Es tanto lo que te importa

porque tú tampoco disfrutas esta manzana,

tal vez porque en el fondo,

tú eres, contigo misma,

el cuervo al que más le temes», me respondo.

 

Chalico

cuervo

chalico

Yo tampoco sé como escribir, aprendo mientras lo hago

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