Voy de camino a dónde,
si no hay más pasadizo que el pliegue de las sombras,
si soy barro y ceniza,
si me falta una tarde cubierta de manzanas
para tentar al hombre.
No entiendo este bregar contra la piedra
que fortalece el llanto,
ni este fervor que empuja mi cuerpo a la quimera.
Sólo la soledad quiere besarme
el otoño imprevisto de mis labios.
Después de tanto articular silencios
ya no existe mi voz, ¡estoy perdida!
y el frío de mis manos desnuda la evidencia:
que no soy más que una hoja
en silencio perdida
en este interminable laberinto.
Convoco a los poetas que han amado,
que ellos te hablen de mí que yo no puedo.
Mari Cruz Agüera