En el parque
Narcisos neurasténicos y distraídos
inclinan su pesadumbre sobre la tierra humedecida.
Cae de nuevo la tenue llovizna
sobre el tenderete de periódicos.
Y los poetas que se han encontrado accidentalmente
abandonan con una carcajada falsa.
Caminas; y en la rotonda de los hombres ilustres
está la Muerte, impasible,
erguida como un trofeo que nadie mira.
No hay bicicletas ahora.
El sol danza lentamente como un niño risueño,
escondido tras la plata de las nubes.
Los jardines están cercados.
El cantador se alejó para siempre;
sólo queda, de otros siglos, el polvo detenido en el aire.
Pero hay gente aún;
jovenzuelos como intoxicados de ingenuidad
trepan las bancas como monos:
no buscan allí el vetusto recuerdo de las verbenas.
Y al fin me miras y me sonríes
con tu diente picado.
Aleqs Garrigóz