Al ritmo de una botella ardiente de espumoso rosado,
con el motor del amor a mil por hora,
con el ardor del calor de la caldera de tus besos,
y esa mirada aniquiladora de cualquier inapetencia.
Entre las sábanas de mi alcoba desnuda
de frialdad y silencios, por fin, por fin, por fin
toca llegar a la cima del clímax de aquello
que se hace llamar sentimiento desde los tiempos
de las cuevas prehistóricas.
Si los ángeles decidieran quitarse la venda
del Jefe Divino, exclamarían ¡¡Aleluya!!,
si a las beatas se les escapara el rosario de los
Misterios Rutinarios, aullarían ¡¡Por el Santo Madero!!
Y qué queréis que os diga, cabareteros míos,
que el espectáculo del teatro de las bajas pasiones
se hace más atractivo con música de fondo,
con el suspiro certero al hacer blanco en la diana.
¡¡Que entonen los laúdes las diosas griegas!!
¡¡Que canten los trovadores del mester de juglaría!!
¡¡Que las vecinas me golpeen mis paredes de pladur
al sentir el terremoto del amor y la lujuria!!
Que tus manos no se olviden del mapa de carreteras
que memorizaste para saber llegar al destino,
que al juntar tus labios a los míos, musiten fogosamente
un «te quiero», un «te deseo», un «te necesito»,
un «no te vayas nunca»…
y al final, tras las caladas silentes del cigarrillo
del momento «de después»,
a través de mi mirada y la tuya, coincidentes en
no decir nada más que aquello que delata
el brillo de nuestros ojos plenos de amor,
juntaremos, uniremos, fundiremos de nuevo
nuestros cuerpos en un solo de saxofón, oboe,
violín, violonchelo, trompeta… la orquesta entera
para musitarnos al oído de manera certera…
perdámonos entre las sábanas de esta alcoba desnuda,
y olvidémonos del tiempo, del mundo y de todo.
©Isidro R. Ayestarán, 2008
El Cabaret de los Sueños