Cuantas cosas matamos tan solo por matar, impunemente.
Matamos el tiempo, el gusanillo del hambre;
a la conciencia
la matamos entre todos a pedradas de indiferencia
o con el tirachinas
apuntando a darle. O le damos morfina
Y la sumimos en un sopor letal y agonizante.
Intentamos matar la soledad con un discurso gris, vestido de bondad,
Y matamos al niño que llevamos dentro que no quiere morir…
Matamos el aire, el ansia, la pasión, los sentimientos,
Disparamos contra cualquier cosa que se mueve,
Contra todo lo estático que sirve de diana…
Matamos la locura, la inocencia, al animal que muge y al que brama,
Al que planea sobre un territorio que no nos pertenece.
Matamos el amor si el amor que nos dan no entra en nuestros planes,
Por desidia o pereza matamos la amistad,
Con calculada y fría indiferencia esperamos la muerte del día,
Asistimos impasibles a la agonía de la flor,
Desfilamos ante la muerte rezando letanías
Mientras nuestro cadáver desmemoriado, ausente,
Con toda candidez, mata la vida.
María Dolores Almeyda
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