La tarde por tus ojos. Por Salvador Pliego



Evoco el mar que cruza por tus ojos.
El viento estrella su cíclope navío.
Aquí, sentado, miro la tarde acogiendo,
remotamente, sus copas de rocío.
Igual que los racimos, suenan los frutos
sus amorosos besos que comparten
refulgentes a los picos de las aves.

Prendes, amada, en la flor acantilada.
De copa en copa bebo tus iris maniatados
para arrancarte el sabor de arrecife.
Tú, beso de nieve y de anillo,
vuelo de la espora que emigra
y vuelve a beberse en la copa;
vaso de ultramar y cielo
que preña cada copo y cada arena,
o cada gota de jugo que golpea
hasta despellejar los labios cuando besan.
¡Ah, niña que canta y duerme
en la ermita de mi alma!
Mis ojos bañan tu misterio
en esta tarde en que te escribo.

Todo el deseo eres tú, y aún tu espalda.
Todas las perdices, y aún tus senos.
Todas las cordilleras, y aún tus labios.
El beso vuelca su cárdeno apetito
en tu cintura y tu alegre cabellera.

Eres igual a mi palabra y tan distinta.
¡Ah! mujer del tálamo silvestre,
en tu tez de lino se mide el regocijo
y el cuello azul del horizonte.

Así sorbo la tarde cuando bebo:
todo eres tú… Y el cielo, de repente.



Salvador Pliego
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