La visita del íncubo
Llega intempestivo –mancha alada y furiosa–
rompiendo la frágil tela de tu sueño.
Lo has invitado a tu cama sin saberlo,
abriendo misteriosas rutas hacia tu espíritu.
Te encuentra siempre desnudo
–tus sábanas de súbito plomo–; y es corta tu potencia
ante a su cuerpo de sombra.
Te toma en sus miembros: seduce, somete.
Algo te va robando. Intentas gritar, escapar;
pero su tacto parásito te asfixia y mantiene inmóvil, electrizado.
Ha adquirido las formas de tu placer o tu miedo según su capricho:
un toro gigante que embiste,
un fatídico muñeco que abraza tu carencia,
una perfecta anatomía que podría atravesarte.
Y porque la carne se ablanda, copulan.
Algo en ti responde con todo el nervio de lo real.
Y nunca recuerdas cómo se va.
No conocerás su rostro ni su nombre.
Despertarás extenuado, con un vacío inenarrable.
–Un olor a azufre en tu cuarto–.
Y tú odiarías más tal violencia,
si no fuera buen amante.
Aleqs Garrigóz