En la ensenada de mi corazón guardo tus besos.
Háblame o grítame… Y luego escápate.
Eres el puñal de un arma blanca
que mata cuando besa
y tus labios me arden fuego hasta morirme.
¡Ah!, veneno de mi amor, ojos de cárcel,
la más sufrida llaga del silencio.
Cuando tú me miras
mi cuerpo se inmola en la palabra,
se convierte en asonada y espejismo,
y arroja de sí al ángel de su guarda.
Parecieras la descarga de mis ansias.
Entonces, simplemente digo: Te amo…
Y el mundo es transparente.
Salvador Pliego
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