Origen
En el principio,
los dioses te crearon
y te metieron en mis poros,
viajaste como partícula intravenosa
hasta mi vientre
y ahí
explotaste.
De la gran explosión
resultó que te propagaras
por mi cuerpo y mi mente
como un diente de león en el viento
luego de un soplido,
que resonaras,
resonaras,
resonaras,
y resonaras en mis neuronas.
Los primeros días no supe qué hacer,
y tú tampoco,
nunca había nacido un universo en mí,
nunca habías generado un universo;
yo sólo pude sentirme una náufraga,
tú sólo pudiste soltar
una lluvia de cometas encendidos.
Nunca supimos qué hacer, nunca.
Con el tiempo,
tus cometas me incendiaron;
primero, fue una chispa en el pelo,
luego, una fogata moderada en la cabeza,
después, una hoguera en el corazón,
y así
como agonía,
faltaba el aire,
como agonía,
vista nublada,
como agonía,
el cuerpo inmóvil…
Hasta creer que la gloria
era consumirme.
Tú no te inmutabas con nada,
como ahora,
podías ver que los gusanos comían mi carne viva
y no preocuparte.
Yo no me detenía con nada,
como ahora,
a mi pesar, te seguía
y eras el túnel de luz, sí,
pero de luz blanca
que antecede a la muerte.
No supiste qué hacer
para que te olvidara
ni yo para olvidarte;
no supiste qué hacer
para quererme
ni yo para que me quisieras.
Nunca supimos qué hacer, nunca,
y es una lástima
porque tal vez
si hubiéramos sabido qué hacer
ese universo
no habría acabado,
no nos habrìa acabado.
Chalico