De cuatro a seis me dejan: puedo jugar despacio,
me imagino monarca dentro de un gran palacio,
los minutos se alargan, vivo en el infinito,
desconozco las reglas –juego porque es bonito-.
Así me invento un trono -por techo están los cielos-,
guardo fortuna oculta: más de cien caramelos
y una tropa de buenos soldados aguerridos
que jamás portan armas –se la pasan dormidos-.
Tengo una reina hermosa que acaricia mi pelo
-yo no sé si es un ángel, pero he visto su vuelo-
y un bufón que es muy sabio, que la risa ha perdido,
“no te permitas –dice- amargarte y, dolido,
consentir que los años te desgasten el oro
que en tu alma resplandece, si es tu único tesoro…;
no toleres amores que te dejen deshecho,
que un corazón perfecto lata en ti recién hecho;
no sueñes con los besos que vendrán con la aurora,
la noche está estrellada, mejor besarse ahora.”
Luego llega el instante que al comedor me llama
-con la leche caliente mamita me reclama-,
yo me quedo un minuto meditando en la corte
rogándole a diosito que el sueño no se aborte;
le pido, ilusionado, un reino como ése,
en que todo es eterno, donde nada envejece,
y un reloj que haga rato que no esté funcionando…
que al no saber la hora pueda seguir jugando.
Marcelo Galliano
Argentina