Para venir a vibrarme el alma
le debes pedir permiso
a sus manos,
cansadas de izarme cuando alma es peso muerto,
a sus dedos,
exhaustos de cuidarme las llagas hervidas de dolores,
a sus ojos,
claros y proféticos cuando quedo ciega de humanidad.
–
A la higiene de mis pensamientos,
el despiste cómplice,
y la fiebre de mi sangre en su torrente.
Pídele permiso a ese beso de buenas noches
que me protege una vigilia muy onírica
sobre qué o quién soy y qué o a quién busco.
A oscuras.
Con su espalda en mi pecho.
Cuando rezo.
No me busques el nombre de la tierra
cuando la mía es única en milagro, muy amada
y la tuya un perjuro que te repugna en la boca.
Tengo yo más nobleza por ensalzar el sabor de una granada
que tú por denostar la tierra y la entraña conquistada
de quien te vió ser de piel y huesos,
en tierra noble por ti repudiada,
una nueva vida engarzada.
No me busques,
que te encuentras
sal de herida ya curada
y arma victoriosa en combate.
Ven, si probar es lo que quieres,
y sólo hallarás tablas de amor en un empate.
Ya no queda sitio a la artimaña,
ni a la duda ni quimera ni mentira.
Tengo yo fiel custodia,
en su vivo fuego,
del secreto que me guía.
En la fría noche.
Y en el tibio día.
Verónica Victoria Romero Reyes
Atraméntum.
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