Pies dorados
Mis infantiles pies eran de oro,
puros frutos del vientre fecundo de la savia
en un sacro soliloquio con el ser.
Prendidos en sus minúsculas venas,
otros pasos esclavos
redujeron la posibilidad del vuelo
a los torpes desmanes de los justos.
Ignorantes al camino seco,
les pintaron dogmas obturando
toda posibilidad de hacerse vientos,
quedando a merced del chivo expiatorio.
Yo los contemplaba como se adora un templo,
lentamente, a puñaladas creativas de amor.
En mis manos eran Atlas enaltecido,
y todo lo demás,
incógnitas agazapadas a la sorpresa.
Mis pies de oro,
mis pies desiertos a lo humano
fueron encerrados a la cándida aventura
de saberse uno con el universo.
Primero de lana,
para que mis infantiles tactos
se acostumbrasen a la permuta:
tus pies a cambio de la doctrina,
tus pies a cambio de nuestros guijarros,
tus pies a cambio
de nuestro fracasado vuelo,
tus pies en nuestras manos.
Así,
hasta no reconocerlos apenas.
Ya no eran pedazos de mí misma,
carne de mi carne.
Ahora eran solo apéndices
debilitados y sucios,
encerrados de por vida
en el camino de otros pies de cuero.
Pilar Gorricho
No sé si tiene que ver, o es que estoy más sensible de la cuenta; pero ayer vi la película «Joy»: una mujer que tenía los pies de oro y a la que «pasos esclavos / redujeron la posibilidad del vuelo».
Que nunca nos rompan nuestros sueños.
Muchos besos, poeta.