El principal mal, el cáncer eterno de España es su oligarquía putrefacta, mongoloide, total, que acapara todo el poder, se ubica en todos los puentes, pilla cacho de todo lo que se mueve. En Madrid tenemos una plaga de conseguidores, de sedes de grandes empresas que han engordado repugnantemente como “concesionarias” de la riqueza, como ocas a las que el poder político engordaba con un embudo metiéndoles dosis abusivas de nuestro dinero. Esa es la forma de hacer pasta pasta en este país. O eres uno de los chicos listos -”Uno de los nuestros”- o eres un “pringado”, sí, igual que en la mafia de Scorsese.
Aunque por otra parte, en Madrid hay una cierta aleatoriedad, algo difícil de explicar pero muy real, que desbarata un poco el catenaccio del poder. Hay resquicios posibles por los que escabullirse, sociedades paralelas que vienen de la mucha gente, la mucha mezcla, y la pujanza continua de los que desde fuera de la pomada se lo han currado y no le deben nada a nadie.
Gente como esa la hay en todas partes y son nuestra única esperanza.
En Cataluña la cosa parece un poco más jodida. El aire es un poco más denso, menos respirable. Y las mordidas son más a saco paco. El contubernio político-empresarial, el pijerío monopolista, la oligarquía intocable, parece haberse hecho allí mucho más dura de pelar gracias a la invención del tocomocho de la pureza de sangre, que deben defender los pringados, con su voto de momento y con su vida si fuera menester.
Decían que a Laporta lo que le desquiciaba era que a pesar de ser el mayor promotor de esta carrera a la catástrofe patriótica, seguían sin invitarle a ciertas casas, a la gran sociedad barcelonesa, que al final, fatalmente, es la que se lo lleva todo. Ay, tontos útiles, cuánto os debe la historia y qué mal os paga.
Javier Barraycoa, en sus libros desmitifica el mamoneo catalanista, del trinque hereditario, y habla de 400 familias que se lo parten y lo reparten, y de toda una historia tuneada para justificar tesis que no resisten un examen de BUP -claro que para eso ya no existe el BUP ni sus libros de historia-.
La admiración mesetaria por las virtudes de los catalanes va dando paso al estupor. Les hemos reconocido como emprendedores, trabajadores, cultos, cosmopolitas, pero los observamos ahora con una enorme sensación de tristeza, con incredulidad, como esas familias que tienen una hija en una secta chunga, que le lava el cerebro y la chulea, y no saben cómo devolverla a su ser.
Les están rompiendo el culo y salen a la calle como locos a pedir más, más poder para los 400, más mentiras, más clasismo. Porque el clasismo venenoso de los 400 es el clima moral de Cataluña, que se transmite a los pringados que son clasistas con los obreros charnegos y sus hijas, las jenifers que están to buenas y son de coño alegre, y todos juntos quieren componer el clasismo frente al resto del país y subir de la manita al cielo de la unidad nacional.
¡Y una mierda que te comas!
Cuando lleguen al cielo, estarán las 400 familias en su eterna orgía, cruzando su espesa sangre entre primos, y el resto, haciendo méritos, para servirles.

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