Rosi, la del cementerio
Entre el musgo y el lirio,
entre las sepulturas
y lo gélido que deja el ciprés
en su modo agudo de ocultar
la luz y su maravilla,
una gitana vive.
«Digo vive, como si vivir fuese no estar muerto».
Se llama Rosi y del mármol
ahuyenta el descaro de la multiplicación.
También, como una Magdalena,
hace de la lápida de mi hija
santuario fascinante en su estéril primigenia.
Ella es libre: «digo libre
como si el hecho de no estar presa
resolviese el misterio del pájaro».
La he contemplado como
si el mismo Dios
por fin se hubiese decidido a dar noticias.
Rosi,
¿dónde estará mi hija?
Ella no titubea.
La convicción
es una proximidad a la resistencia.
Su mirada es la del pobre,
esa mirada de prodigio en la herrumbre.
Esa, de las estaciones y las certezas
donde un inhábil infierno sonríe.
Los pobres suelen ser incómodos
con sus puentes entre lo decapitado
de nuestras carencias, y esa metafísica
de estar sin ser,
en la boca misma del amparo.
Bajito, muy bajito,
por si el veneno
de la duda consumiese la certeza,
contesta:
«Bailando en el cielo. ¿Dónde iba a estar?»
Yo, progenitora de la alianza de la tierra,
respiro, en lo inexacto de mi noche.
Alguien tiene la certeza de saber dónde está.
Como policía inmóvil de la lucidez,
riega su hierbabuena, cicatriza el invierno
herido en la foto mojada.
La calamidad siempre encuentra
símbolos para la sangre.
Rosi, la gitana,
Rosi la del cementerio.
Rosi incomoda a todos,
con su bayeta y su modo
de despedir auroras en la consumación
de la niebla.
Rosi me llama guapa, y la creo;
a pesar de que del espejo brote
la destrucción que duerme sobre el granito.
Firmemente necesito creer en ella
como bestia dudosa en la embriaguez
del descarnado.
La creo, pues una palabra suya
bastó un día para sanar
la desobediencia de la naturaleza
en el pudridero de mi carne.
La creo, pues
es la única que a ciencia cierta
sabe dónde mi hija está.
Rosi camina entre los panteones.
«Digo camina, como si
el hecho de no estar parada
elogiase las cercanías de los inciertos».
Rosi incomoda a todos
pues es la encargada
de ahuyentar el olvido.
Pilar Gorricho del Castillo
Como si vivir fuera no estar muerto, libre como si el hecho de no estar presa resolviese el misterio del pájaro…
Qué hermosura guarda también la desolación en lo inexacto de la noche…
Muchísimos besos, poeta.