Un sudor amargo discurre por mis entrañas,
lacerando, con lujuria, con engaños, mi frágil melancolía
por creerte, por obedecer las sucias palabras que
un día escupió tu tierna lengua.
Lobo con piel de cordero que me acosa desde el centro de una diana,
y me hace sentir como la manecilla larga de un reloj,
persiguiendo una historia a la que nunca pondré un final
porque no llego a ninguna parte,
caminando y comiendo golosinas sin sustancia.
Sobrealimentada de malas vibraciones y
anoréxica de comprensión,
me abandono a las ondas de un mar muerto,
resbalando entre la sal hasta el fondo,
muy hondo, muy hondo,
perfilando un entierro pasajero
en el que nadie me llorará, nadie me velará,
ningún alma me llevará flores ni rezará los recuerdos
que dejé legados para quien los quisiera heredar.
Testamento de desencuentros, de falsas calumnias,
de noches de insomnio y corales negros,
sucesos aciagos y malos tiempos.
Nefasto y calamitoso patrimonio
ausente de vida que me llevo,
muy hondo, muy hondo,
a mi lado.
Fátima Ricón Silva