Se preguntan por qué ando, todavía,
erguida, con la atravesada mirada curiosa
como bandera y triste rodapiés arrastrado.
Podrá el Cielo hurtarme del jardín la Rosa.
Podrá turbarme, hacerme trizas el paisaje caminado.
Se preguntan también por qué coloreo, en ritual,
afanada, mis mejillas y mis pestañas elevo
para ofrecer al desconocido la mejor de mis miradas.
Podrá el Infierno condenarme al paraje de la Nada.
Podrá eclipsarme, hacerme noche todas las alboradas.
Se preguntan por qué engrano las tuercas de mi cuerpo
para arrastrarlo por el abrupto devenir de la inercia,
por qué alzo torso y paso recto a través de mil arengadas.
Podrá el Purgatorio vencerme en cien batallas.
Podrá sajarme la ilusión del pecho mismo sin cizalla.
Se preguntan por qué amo sabiendo que el amor
no hizo de mí nunca delta, desembocadura ni remanso,
por qué espero cuando nunca fui espera de nadie,
por qué confío cuando sólo dudas han sido sembradas
en el huerto escondido de mis ciento tres esperanzas…
Podrá la Vida quemarme el alma con sus lanzas…
Podrá la Muerte arrastrarme entre sus burlas y chanzas…
Se preguntan por qué engancho un beso en la afrenta,
por qué río cuando vapulean mis oportunidades, ¡ilusa!
o por qué el llanto me corre la cara cuando el Amor se da,
o se quita, o se marcha, o se inmortaliza en la cara de un niño.
Podrá la Vida quitarme a quienes amo
pero no quitarme la escora del pecho
que dice, que piensa, que llama,
que siente, que reza y que ama…
Se preguntan la razón de la sonrisa tonta que alumbra mi cara.
Se preguntan por qué siendo negro, yo veo el firmamento azul.
Porque tengo el más grande de los motivos
y la más fuerte y sempiterna razón.
Y esa razón… eres tú.
Verónica Victoria Romero Reyes
Blog de la autora
De tu voz la travesura.
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