Sobre las cosas que sé
Yo sé cómo soñar con alguien
que uno cree que no existe,
sé cómo tendría que ser la persona
a la que yo amaría por siempre,
sé de su piel de flor y sus ojos de nuez,
sé que tiene que amar leer sonrisas, libros
y cielos, sobre todo cielos, para que le quiera,
lo sé, y le sueño conmigo.
Por eso también sé mucho de resignación:
me había resignado a que por no existir
nunca vendría.
Yo sé exactamente qué haría
si encontrara a esa persona y
esa persona me quisiera:
le inventaría una ciudad
más romántica que París,
nos mudaríamos allá,
lejos de todo y todos,
y una vez ahí
le enseñaría qué es hacer el amor,
veríamos que todo lo que la gente
hasta ahora ha creído que eso es
no se le acerca a lo que es en realidad,
a lo que sólo podríamos hacer nosotros;
jugaríamos fútbol, cartas, dominó, basquet…
todo lo que nos guste,
y hablaríamos de Girondo,
de Paz,
de Sabines,
de Neruda,
de Silvio,
de Serrat y de Sabina,
de conspiraciones contra el aburrimiento,
de historia universal,
de planes para recorrer el océano Pacífico,
del sueño de ir a Madrid…
Yo sé cómo besarlo,
cómo ser con él,
cómo saber ser sin él;
pero aun así preferir ser con él,
sé estremecerlo y estremecerme,
sé cuál va a ser el poema
que le escriba cada aniversario,
sé lo que haremos cada Navidad,
cuál película veremos cuando queramos ver
nuestra película favorita,
cómo se llamará nuestro perro.
Y qué irónico es lo que voy a decirte ahora,
tan irónico que ya imagino
que tu hermosa risa se escuchará
en todo el cosmos:
lo único que me puede pasar
para que yo no sepa qué hacer
después de encontrar a ese hombre
es lo que me pasa hoy:
que ese hombre seas tú
y que no puedas ni quieras
enamorarte de mí.
Chalico