Estás lejos;
y mi mano no puede acariciar un segundo la felpa de la tuya
por saludarte, ni mi voz,
como un vidrio roto, resuena junto a ti
ahora como una queja
que entre el ruido más grave de la vida se perdería.
Estás lejos (te siento lejos);
y he pensado en ti
como un niño con gripe, apartado en el camastro,
piensa en reunirse con los suyos. Y he querido
rechazar, arrugar como a un papel inútil la desazón
de no poder desanudar el laberinto de los días hasta encontrarte
–llegando a un cercano horizonte–
y mirarte como a un pequeño sol de los minutos
llenando de colmenas el momento,
certificando, con algo menor que una mirada cómplice,
la risa ciega de lo que también siento mío:
tu callada belleza de amigo.
Es como una miel que se derrama desperdiciándose,
pero que aún es dulce. Y clara. Y espesa:
sólo algún brillo cualquiera
de un afecto puro hasta las lágrimas.
Es el egoísmo piadoso.
El miedo difuso de perderte, que me pierdas,
como se pierde, olvidado en un pantalón, un billete,
y luego se moja y ya no sirve.
Y una como obligada necesidad de espejear el optimismo
para demostrar su valor,
viendo en ti, por los dos, lo hermoso que hay en mí.
Y que puedas hacer, seguro, lo mismo.
Una vez al menos,
acaso, todavía.
Aleqs Garrigóz
chingón mi Alex 😀