Te quiero
Te quiero con todas mis venas,
con todo mi aliento,
pero tengo un maldito problema:
no puedo decírtelo.
Te quiero como para beberme
una cerveza de tu boca
mientras nos recostamos en la azotea
y bautizamos todas las estrellas,
pero tengo un maldito problema
aún más grande: no puedo reconocerlo.
Te quiero, porque Madrid se columpia
en tus pestañas,
porque París no existe si no es contigo,
porque no quiero Buenos Aires sin ti,
porque no sé leer esta ciudad si no estás;
pero tengo un maldito problema:
no puedo aceptarlo.
Te quiero, y no necesito decirlo
porque ya lo sabes,
aunque sería preferible y correcto
que te lo dijera;
pero, ¿para qué, si no correspondes?,
¿para desahogarme?,
¿para liberarme?
No, gracias, el silencio
me aprisiona menos que el rechazo.
Te quiero, y está de más que lo reconozca ahora
si nunca he podido negártelo con los ojos,
si no hay un «por qué» ni un «para qué» hacerlo
y mucho menos un «hacia dónde llegar» si lo hago:
tú no lo sientes igual,
no quieres el mismo destino que yo,
y dos amores que van a lugares distintos
jamás se vuelven uno.
Te quiero, y cuando me lo preguntes
contestaré que sí, que te tengo cariño;
pero no, mi vida, no te haré saber cuánto,
no aceptaré que tengo más amor por ti
que sueños despierta.
¿Para qué, si de todas formas
los sentimientos nos nacen por su gusto,
no porque uno se lo pida,
y a ti nunca te nace este amor?
Chalico