Arcos brinqué en plena algarabía.
Del alba, su pulpa, su latitud y geografía.
Vino de mí, hacia mí corría.
Su intensa talle me movía
y un baile de fulgores arrancaba tálamos,
raíces perfumaba, anchas praderas
volvía en estampidas.
Desde el relámpago que bebe luz
y bebe los encajes de la estrella;
desde la nube carabela en los vientos
y las cumbres de gardenias:
sigue intacta, profunda, arrolladora;
es un hito de voz, ciudad despierta,
es una fauna que arrastra flor y sueña,
es el ceño que descansa en carcajada.
Toda la alegría, ¡y toda ensimismada!
Al orbe limpie sus manos maltratadas
y espose bocas con suaves risotadas.
Yo canto y voy bruñendo
lo que un alumbramiento:
los ojos que aplauden y el festejo pleno
que ríe, agasaja, que combita;
la hilaridad magnánima y constante,
el júbilo rotundo de un sí,
de una palabra que anima o tranquiliza;
cada exaltación que imprime
sus sellos en la boca y al labio escucha
en los sonidos más blancos que hay del alma.
Toda la alegría donde anduve,
vino hacia mí… en mí vivía.
Mi corazón rodó, mi alma entera,
como un terrón dulce y de crema:
invitando, compartiendo,
moviéndose en las manos sudorosas,
palmeando y alentado,
y más que nada, bordando en cada rostro
lo que el corazón latió con alborozo:
una sonrisa plena de alegría.
Salvador Pliego
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