Un reflejo extravagante. Por Juana Fuentes

Un reflejo extravagante.

No recuerdo cuántos días han transcurrido,
mil cuatrocientos sesenta y cinco, tal vez,
o quizá debería contarlos uno a uno
para no equivocarme.
Cuántos para recorrer el camino
hacia este quebrado paraje
donde la humedad del pantano
que emerge de su vientre me devuelve,
cuando en él me exhibo, un reflejo extravagante.

No reconozco en él mis ojos,
o al menos la luz que antes escondían
y que no lograba nadie atisbar.
Ya no conserva su color genuino,
luce gris, como esos cabellos
dispersos en mi cabeza y que con tanto tedio
trato de disimular cada lunes.

En mi frente las arrugas se han evidenciado
abriéndose paso a mordiscos. Algo quedó
enquistado en mis pensamientos
y ahora se afana en salir a través de esos surcos:
tercas estrías que se obstinan en arropar
mi impaciente desasosiego.

Mis labios ya no son ventosas aclimatadas
a tratar otros labios.
Y en su abstinencia acumulada
han debido perder la plasticidad rosada
de los cuerpos que están acostumbrados
a la disciplina de una instrucción cotidiana.

Quizá ya sólo sea una sombra que subsiste
al acecho de una ocasión que nunca acude,
aguardando ese día que no habrá de llegar.
Un acaso que incluso hoy no codicio,
aunque me engañe en su espera, un día y otro día,
como una sombra impostora que confía en hallar
su reflejo _ alguna vez_
en el agua cristalina de un charco cualquiera.

 

© Juana Fuentes
Blog de la autora

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