Valió la pena amarrarme
la mochila de niña sin experiencia
y embarcarme en el navío
que naufragaba en los peñascos de tu vida.
Valió la pena cerrar los labios
para evitar la entrada de agua
en mis pulmones enfermizos
mientras escuchaba tu llamada en la orilla.
Valió la pena perder la patria,
el nombre
y el juicio
y dejar que las heridas de las rocas
fueran un juego en las manos que me ofrecías.
Valió la pena dormirme
en la sábana de un pasado
que nunca a mis ojos fue menos
que un dolor agudo de corazón
que se va muriendo,
lentamente
– a latido prestado-
en la vertiente
que me deja tu nuca desprendida en el sueño.
–
Y aunque intento,
y solo Dios sabe que el duelo contra mí
es más cruento cuanto más lucho en tu nombre,
desincrustarme de la memoria
la decepción que febrero dejó
en las venas que me arden,
no hallo mi yo de amor único
en el tú de amor pasajero.
Que en mí fue tornado lo que tú llamaste ventisquero.
Precio alto estoy pagando
por alma que se me consume.
Y no podré recuperar en alguna usura.
Está costando la vida misma,
el sueño y el abrazo de ti que deseo,
que me mata y da la vida cuando conjuro el olvido.
Y no sé que cura doy a mi alma
cuando la muerte se me aproxima.
Y me viene mostrando cara de amiga
cuando es claro que sigue siendo la vecina.
Valió la pena conocerte,
encontrarte y amarte
porque yo esperaba,
de manera tonta,
de modo idílico,
quien hiciera de mí
ese poema que jamás supe rimar.
Y que en tí, fue sinónimo de amar.
Verónica Victoria Romero Reyes
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