Vivos y muertos
Es curioso seguir perteneciendo
al venerado mundo de los vivos.
Tan reducido, tan previsible, que atribula al tiempo.
Creernos lejos del mundo de los muertos.
Observarlos desde la mirilla de lo imposible,
pensar por ellos, rezarles para que nos protejan
como si no tuviesen suficiente
con haberse dejado el pellejo en nuestra indigente vida.
Oír con sus voces, hacerles cenizas volátiles.
Ponerles velas y ramos de azahar,
como en eterno y funesto cumpleaños.
Altares expiatorios del que yerra todavía vertical.
Es curioso, si como olvidamos el hueso y el témpano
y las carnes que habitamos se abren ante el ciprés retadoras,
hasta más tersas, como diciendo:
Esto me pertenece, nunca serán pieles de moscas.
Lo de morirse es cosa de otros,
el sollozo es emblema
de almas gravitando en la hojarasca.
Mi sinsonte benefactor replica al buitre y aturde
a las negras damas.
Verlos lejanos, hablar por su seca lengua y sentenciar sus gestos.
Hacerles huecos en sillas vacías en nochebuena esperando llenar el pánico
que nos produce poder ser el próximo
en ocupar lo invisible.
Es curioso, sí,
como la sordera es muda,
cuando nos empieza a llamar la tierra.
Como nos convertimos en zahorís
de subterráneos recuerdos
y la evocación enterrada se deja ver
almacenando reliquias con el obstinado temor de lo postergado.
Tal vez, si olvidamos, nos enfrentemos a la igualatoria certeza.
Así,
serán ellos siempre los muertos.
Pilar Gorricho
Pilar, aterrador es saber la terrible verdad y esperar (o soñarlo, o cantarlo, o suplicarlo) el milagro que nos salve. Al fin y al cabo, vivimos ignorando lo que, quizás, es lo único seguro e irrevocable. ¿Y tus versos? Tus versos son tan bellos, como certeros, negros y por qué no decirlo: aterradores.