Las noticias del terremoto seguido del terrible tsunami que asolaron Japón no la destrozaron tanto como saber que Yuto nunca cogió el avión rumbo a Berlín. Él seguía en Japón. ¿Pero por qué? Sus compañeros alemanes la llamaron por teléfono al no encontrarlo en la terminal de Berlín. Tampoco habían podido ponerse en contacto con Yuto. Su móvil aseguraba estar fuera de servicio. La costa noreste japonesa estaba asolada, la central nuclear de Fukushima había sido dañada seriamente, varios trenes bala habían desaparecido, miles de viviendas resultaron dañadas, otros miles de ciudadanos desaparecidos, y de cadáveres y de evacuados. El mundo parecía estar acabando. No había lugar donde esconderse y estar a salvo del destino. ¿Pero por qué?, ¿por qué ahora, que por fin estamos juntos, después de tantos obstáculos, después de tanto?…
Irene estaba paralizada ante el televisor. Ni siquiera se acordó de llamar al trabajo para avisar de que no iría. Sus ojos, abiertos por completo, esperaban verle en cada imagen del televisor, en cada rostro, en cada nombre.
Permaneció así hasta el día siguiente, cuando su hermana entró en la casa con su llave de emergencia, preocupada porque no le había contestado ninguna de sus llamadas al móvil.
No encontró más que su sombra.
Nada más abrir la puerta, notó una bocanada de aire rancio; la sensación de oscuridad llegaba desde el fondo del pasillo. Allí estaba Irene, con los ojos hinchados, la cara sonrosada. Sentada en el sofá del salón, rodeada de la agenda de contactos laborales ganada año a año, de pañuelos de papel usados y tirados al azar, formando bolas arrugadas, todas del mismo tamaño. El sonido de la tele no parecía afectarla lo más mínimo, como tampoco la voz de su hermana. No era más que su sombra.
-Irene, Irene. Por Dios.
Nada la importaba más que el sonido del televisor, abierto en el canal 24 Horas.
-Irene, cariño, mírame. Ayer no fuiste a trabajar. Me encontré con tu jefe en el garaje.
El locutor no ampliaba la información. No daban nombres, sólo cifras.
Su hermana se agachó y la abrazó.
-Seguro que estará bien. Yuto estará a salvo.
– No me contesta al móvil.
Era lo primero que había podido articular desde las numerosas llamadas telefónicas a Japón. Casi todas, con su receptor fuera de cobertura.
-No te pongas en lo peor, Irene. Ten fe.
Gimió y gimió durante casi una hora, con las lágrimas cayendo por las mejillas, mezclándose con sus guedejas rubias. No había tomado más que café en las últimas 24 horas.
-¿Por qué no te duchas? Tú siempre has dicho que una ducha cura el mayor de los males.
Irene se levantó a duras penas. Su hermana siempre había tenido un extraño poder sobre ella: el de hacerla levantarse tras la caída. Fue lentamente hasta el cuarto de baño, sacó varias toallas limpias, de colores cálidos (Me recuerdan a mi madre, cuando me abrazaba con sus batas de estos colores; me siento protegida, había dicho al comprarlas en Tokio Midtown unas semanas antes, mientras Yuto la observaba riéndose, Tú crees en el karma, Irene, ja, ja, ja). El agua empezó a caer sobre sus hombros cansados a la vez que una brisa fresca entraba por las ventanas de todas las habitaciones, inundado la casa de la luz radiante de Málaga. En la cocina, su hermana encendía la radio mientras preparaba algo de comer.
Al salir de la ducha, notó el olor a sal marina entrando por la ventana del pasillo. Mmmmmmmm. Pero no tuvo más que un minuto de descanso. De nuevo, el dolor. Yuto, Yuto…
–Irene, ven. Te he preparado una tortilla de queso Philadelphia. Te sentará bien.
Irene se arrastró como pudo hasta la cocina.
-Todo saldrá bien, ya lo verás. Nos pondremos en contacto con la embajada y con la universidad de Tokio.
Comió lentamente, intentando valorar cada bocado como el último de su vida, como si retrasar el final de su tortilla conllevara evitar una gran tragedia. Iba a levantar el vaso de zumo de mango recién exprimido, su favorito, cuando el móvil sonó desde el salón. La melodía de Paul Carrack, Behind those eyes of blue, la avisaba de que al otro lado de la línea la esperaba Yuto.
(continuará)
María del Mar Hermoso
Derechos registrados
Foto: Yukio Mishima (Tokio, Japón, 14-1-1925; 25-11-1970)