ENERGY. Por María José Martí

 

Tendrías que haberla visto, llegando a todo, con la palabra clara y la mirada atenta desarmando al instante todas las insinuaciones.

Quedaban los domingos en la esquina de Jazmines con Delicias, donde los chalets con grandes jardines, herencias de las viejas fortunas de Valencia.

Algunos acudían a la cita con el bostezo colgando de la boca y las arrugas de las sábanas estampadas en las mejillas.

Ella a veces llegaba también tarde, pasadas las ocho, pero, a poco que apretara la marcha, capturaba al grueso del pelotón en la empinada cuesta de Pinares.

Fingía que no le costaba —me hacía gracia su afán por llegar con los primeros, por no quedarse la última, por demostrar que «sí, podía: que-ella-sí-podía»—…

¡Y vaya si podía! Tendrías que haberla visto, los fuertes por delante, arrancando a todo trapo en un tirón de cólera, y ella dejándose el aliento por no quedar rezagada, mirando hacia atrás de vez en cuando, para ver si alguien la seguía…

Y no… No lo lograba… Se le iban… Se le iban siempre por delante, porque aquellos eran hombres y ella no lo era tanto, aunque a veces lo quisiera… Pero no importaba —pensaba—, había que seguir y mantenerse, nunca hundirse, porque después, a la larga, irían desinflándose ellos como los globos de aire que tanto se crecen para nada, y ella los atraparía subiendo el puerto y allí podría vengarse cuando llegaran las cuestas más empinadas y difíciles, pasándoles como una bala por delante de las narices, dejándoles una sonrisa de conmiseración, sin perder nunca ni el ritmo de la magia de sus piernas, ni la sonrisa interna, que a veces parecía un motor de combustión rabiosa, un portento de la arquitectura psicológica con una fuente de energía descomunal e inagotable…

Al comienzo terminaría en tierra de nadie, ya lo sabía y estaba preparada para ello, el desafío de andar sola en la carretera durante muchos kilómetros, sin la energía necesaria para acercarse a los de arriba, pero con pundonor para no dejarse arrollar por los de abajo. Ese sería su sino para siempre: amoldarse a tierra de nadie como el barro al torno del alfarero. Y correr, correr para no dejarse.

ENERGY

Prefería los puertos de montaña antes que las interminables rectas, demasiado simples y predecibles. Siempre ascendía a su ritmo, con el pedaleo redondo y el viso mágico de la mujer que no le teme a nada. Cuanto más difícil la ascensión, más coraje ponía ella en su escalada, de tal forma que quienes al principio la despreciaran por parecerles un ser débil acababan rindiéndole pleitesía al sorprenderse de su fortaleza inopinada, no porque no la tuviera, sino porque hasta entonces nadie había sabido leerla en su mirada de trueno.

Tenías que haberla visto descendiendo los sinuosos trazados, recorriendo largas distancias con la larga melena recogida en una coleta, alegre, risueña, hondeando como una simbólica bandera femenina, rindiendo homenaje a toda la media humanidad. Y cómo reía en los descensos con muchas curvas a la izquierda, porque a menor velocidad podía tomarse el tiempo necesario para contemplar el paisaje, las montañas, los cortes geológicos que afloran en las carreteras, los altos pinares, las adelfas con sus racimos rosados y hasta las florecillas silvestres que brotan a la orilla de las carreteras. Y allí pensaba en su padre, mejor, pensaba que él descendía con ella, que lo que sus ojos miraban de algún modo lo miraba él también desde algún sitio dentro de ella, y que hasta los aromas silvestres que inundaban sus sentidos también a él le inundaban en espíritu.

El viento del este traía el salitre del mar y le hablaba al oído y ella le respondía, le hablaba de la ausencia de su padre, y le decía: «mira que hermoso, dile a mi padre que he llegado hasta aquí sin ayuda de nadie, sólo con mis propias fuerzas y esta vieja bicicleta que hasta el fin del mundo me lleva si se lo pido».

Podría sentirse orgullosa. Pero no lo hacía. Eso no lo había aprendido.

Sus piernas eran fuertes, su corazón lo era, y superaba el sufrimiento con grandes dosis de esperanza, soñando que algún día, tal vez…

Para ella sólo quedaban las limosnas, soledades de mujer que quiso «ser quien es» y fue quedándose en tierra de nadie.

Siendo cabal aún, puede ser que ascienda grandes puertos, pero no serán  gestas reconocidas por nadie, y que recorra largas distancias sin el calor de un público ni la acogida de un abrazo, ni una llegada a meta, y, en el anónimo trabajo de la hormiga, llevará la dignidad sobre los hombros, como otros tantos miles de mujeres que dedican su vida a deportes minoritarios y oficios que nunca son reconocidos.

A veces llora la ausencia de su padre y sigue pagando el precio de ser lo que es, y aún la carretera va pasándole bajo las ruedas y se le aleja el mundo pedaleando con afanada cadencia. Pero ahora ya no le importa llegar la última. A mí tampoco.

Otro horizonte se abre cuando me mira, le sonrío con la sabiduría que ya le otorgaron los años y tantos kilómetros sin saber adónde, al otro lado del espejo —que no sabe decirle que no, ni romper los recuerdos ni las cadenas—, porque en el fondo ella, toda ella, sigue siendo Energía.

 María José Martí

10 comentarios:

  1. Un elogio al esfuerzo, que es mucho más que la energía. Esta nos empuja, pero nosotros tenemos que hacer el resto.
    Me ha encantado el mensaje y la forma en que está escrito.
    Un abrazo.

    • María José Martí

      Elena, aciertas en tu apreciación sobre el esfuerzo, para mí la energía que además da título al relato, es sólo una alegoría que engloba muchas cosas con las que la mujer se enfrenta y que se pueden leer entre líneas: la soledad, la lucha, el pundonor o la resignación, son sólo algunas de ellas.
      Un abrazo para ti con todo mi agradecimiento por tus palabras.

  2. Un bonito himno a la voluntad, que cuando se pone en marcha mueve un mundo entero.

    Felicidades.

    • María José Martí

      Querida Ameli, muchas gracias por tu comentario y que no perdamos nunca esa voluntad, y si la perdemos, que logremos tener buenos amigos y razones para encontrarla.

  3. María José, cuentas con mucha dulzura una historia de esfuerzo, superación y dignidad. También me ha gustado mucho. Enhorabuena.

  4. Joaquín Castillo Blanco

    Siempre hay una meta que alcanzar, por ello, el esfuerzo que pongamos en su logro, será la recompensa de saber que el «deber», cualqueira que el mismo sea, se ha hecho realidad. Nada es gratuito, todo exige un esfuerzo, que es el deber de cada cual. No importa «la edad» ni las «fuerzas». La satisfacción del «deber cumplido», es algo que sólo «las almas», saben reconocer en el «silencio interior».
    Felicidades a María José Martí.

  5. Enhorabuena por tu relato y la forma de contar algo q hemos sentido tantas veces las mujeres en nuestra carrera ante la vida. Al final de ella lo importante será que, pase lo que pasé, pedaleemos con todas nuestras fuerzas e ilusión. Un abrazo Maria José.

    • María José Martí

      Hola preciosa, no sabes cómo me alegra que nos hayamos vuelto a encontrar en un contexto como éste. Lo importante de la vida es vivirla y desde luego vivirla con ilusiones, con los pies en el suelo, pero sin dejar de soñar. Te mando un abrazo y ahora voy a leerme tu relato ganador. Felicidades Laura!

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