La mujer ¡OH! Por José María Araus


Como es de todos conocido, Étienne Fleury Vuitón, Barón De La Andeville, fue el hombre más seductor de Europa en el París de la época de entreguerras, hacia los años treinta del pasado siglo. Sus conquistas femeninas abarcaban todas las esferas sociales y todas las edades, pues para él la mujer era el único ser que consideró digno de admiración, y a ellas dedicó la mayor parte de su vida, tal vez por eso, tantas mujeres lo amaron tanto.
Francoise de La Brune, sobrino nieto del Barón y poseedor de su biblioteca, guardaba entre sus libros y documentos la correspondencia del personaje, y es ahora cuando hemos sabido por la preciosa edición que de ésta correspondencia que en su día hizo la Editorial Fitéchy de Lión, y que ahora nos presenta, traducida por Senén Urquiola, para la Editorial Recoveco (Noviembre 2011), que su personalidad se agranda, y nos lleva por los vericuetos no solo amorosos sino políticos y diplomáticos en que el Barón se vio envuelto.
Correspondencia amorosa básicamente, y en la que sus amantes muestran el grado de fascinación que el Barón ejercía sobre ellas.
De su acción política hay ya publicaciones de la época, que dan detalles elocuentes de su actuación como miembro del Comité del Seguimiento del Tratado de Versalles y de otros cargos, de cuya importancia, “La mujer ¡Oh!”, no hace mención sino de pasada, limitándose a su correspondencia amorosa, donde repara más bien en el número de sus conquistas hasta los cincuenta y dos años, y sobre todo, a explicar lo extraño, de que a partir de esa edad, dedicara, hasta ahora inexplicablemente, su interés a la que fue el único amor del resto de su vida, Madame Polard, una mujer diez años mayor que él.
A lo largo de ésta correspondencia van desfilando, desde su niñera, que fue su instructora en las artes amorosas (y confidente a lo largo de los años) hasta espías de la época de la Guerra del Catorce, esposas e hijas de amigos de la familia, criadas, damas de la alta sociedad, escritoras y todo un sinfín de amantes de todo pelaje, que fueron dejando parte de su personalidad en éstas cartas.
Hay que decir que el Barón no era un hombre muy agraciado físicamente, de complexión delgada, no muy alto, nariz prominente y una ligera cojera de nacimiento, un poco desgarbado y tan solo su educación y su mirada profunda a la que un parpadeo un poco más frecuente de lo normal hacía que sus ojos tuvieran una brillantez atractiva.
Pero es en un breve comentario sobre la carta dirigida a su niñera, fechada el tres de diciembre de 1947, donde éste hombre, nos da la clave de su éxito y de su caída en la red amorosa de la mujer que fue el último y quizá único amor de su vida.
Según explica, como hijo único que era, todas visitas de la familia le besuqueaban y esto de niño le parecía normal. Luego el besuqueo sonoro, a medida que iba creciendo, se convirtió en la parodia de beso que supone el juntar mejilla con mejilla, y esa simulación de beso le parecía ridícula. Con el atrevimiento que dan los doce años, un día, nos explica en la carta, al juntar su mejilla con la de Madame Robert, esposa de un amigo de su padre, quiso sorprenderla y cuando tenían las mejillas juntas, el pequeño Étienne, dio un leve soplido sobre la oreja izquierda de la mujer, la cual se quedó sorprendida, el soplido recorrió los recovecos exteriores de la oreja y fue suficiente para que la mujer apartara lentamente su cara y quedara un momento mirando con los ojos muy abiertos al niño que la miraba sonriente, luego ella no volvió hablar en casi toda la tarde, y un mes después el pequeño Étienne, conocía perfectamente el dormitorio de Madame Robert.
A partir de entonces fueron cientos de sopliditos en cientos de delicadas orejas, y cientos de lugares y momentos en los que la seducción de éste hombre quedó manifiesta.
Al final de la carta, nos cuenta como en una recepción, en la embajada de Francia en Londres le presentaron a Madame Polard, viuda de general Polard, héroe de guerra, que a él le pareció una mujer encantadora, cuando juntaron sus mejillas, el Barón notó en su oreja izquierda un leve soplido que le recorrió el pabellón auricular y penetrando en el oído, le causó un estremecimiento que lo dejó aturdido. Cuando separaron sus caras, vio que la mujer le sonreía divertida, y desde ese momento sintió una atracción hacia Madame Polard, que duraría hasta su muerte.
Las páginas del libro, nos muestran toda una época, y una sociedad de la primera mitad del siglo XX, vista a través de la mirada femenina enamorada, y la experiencia de vida de un hombre fascinante.

José María Araus

Un comentario:

  1. Dolores Moya Gómez

    Interesante… Puede que hayas compartido con todos nosotros algo muy poderoso, como se corra la voz quizá el leve soplido en la oreja izquierda llegue a ser más que una moda 🙂

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