Hoy no he podido conectarme con Canal Literatura. Estaba ilusionado con leer los comentarios de Jara, Lupe, Niebla y sobre todo Júpiter, pero parece ser que la conexión wifi del bar “El Pulpo”, ha fallado y me he tenido que volver a la pensión.
La pensión “La Zaragozana” es mi casa, y sus habitantes son mi familia. Ya lo dice el letrero de la puerta “Comida casera- Trato familiar” y lo de trato familiar creo que es verdad. Vamos, yo, por lo que dicen mis amigos, de que a ellos en su casa les tratan igual.
Si llego tarde para la cena, Doña Eulalia, la dueña, se pone hecha una fiera.
―Que usted se va a matar Don Eloy, que ya no tiene edad. ¿Dónde habrá estado este hombre? ―Dice volviendo las manos y la mirada hacia el techo, como si allí hubiera una pantalla donde se proyectaran mis andanzas― Cómo le huele la ropa a tabaco. Y además huele a vino, ¿cuánto ha bebido? Seguro que habrá estado con sus amigotes ¡Ay! esos amigos suyos le llevan a la perdición, ¡Señor, Señor! El trabajo que me da este hombre. ¡Ande siéntese, que le voy a calentar la cena! ―y Doña Eulalia se va para la cocina murmurando quién sabe qué, dejándome sentado delante de la mesa, con una servilleta que me ha colgado en el cuello.
Los demás clientes de la pensión hace rato que han terminado de cenar, excepto Lola, que aún no ha llegado. De la habitación de Don Senén sale la música. Suena la voz de un tenor cantando ”Una furtiva lágrima”, como todas las noches. Cuando acabe el aria ya se habrá dormido. Luego entrará Doña Eulalia en la habitación y desconectará el aparato.
¿Qué habrá ocurrido? ¿Por qué no habré podido conectar con Júpiter en Sagitario y los demás?
Don Felipe, el cliente nuevo, está leyendo el periódico. Don Felipe es catedrático del Instituto. Acaba de llegar y está buscando piso para traer a su familia de Huesca. Cuando llegó, intenté que saliera conmigo por las tardes, a tomar unos vinos y a hacer un poco de sociedad con mis amigos, pero Doña Eulalia nos soltó una filípica de aúpa.
Que no se le ocurriera, a un hombre casado y con familia salir por ahí con unos crápulas que vamos de bar en bar. Dijo, que yo, como era soltero y con esta edad, ya no tenía remedio pero, que no se me pasara por la cabeza el meter a Don Felipe en mi vida disipada. No sé qué clase de disipación me supone esta mujer. A mis sesenta y cinco años, me trata como si fuera mi madre. Ya digo, “trato familiar”.
Doña Eulalia me trae un trozo de tortilla de patata y un vaso de leche caliente.
Ahora entra Lola. Lola es la cajera de la Cafetería Acapulco. Aparece siempre a las once y cuarto. La cafetería cierra a las once y, como está cerca de aquí, llega enseguida. Lola es soltera. Vino a la ciudad con su novio. Se iban a casar, pero un mes antes lo atropelló un autobús y el pobre murió. Desde entonces ella vive aquí. Siempre se sienta a mi lado en la mesa.
―Buenas noches Don Eloy.
―Buenas noches Lola. ¿Has tenido hoy buen día?
―No muy bueno, con esto de la crisis cada vez vienen menos clientes.
—Ya pasará mujer y vendrán mejores tiempos. No te desanimes.
―Sí, ya pasará. Y usted, ¿Ha conectado hoy con sus amigos de internet?
―No, hoy no ha habido conexión.
―Qué pena, con lo ilusionado que está usted con eso. Bueno por lo menos habrá estado con sus amigos de siempre.
―Tampoco porque Josechu y Cárdenas han ido a su pueblo a un entierro, a Antonio y a García han debido de llevarlos sus mujeres al cine, y luego Inocente ha ido a la manifestación por la escuela pública. Que no sé a que fin, porque sus hijos pasan ya de los treinta, y nietos, no tiene…Pero él siempre ha sido de esas cosas.
Ahora salen de su habitación los dos estudiantes de ingeniería, (se ve que han oído hablar a Lola y salen para pegar la hebra con ella).
― ¿Qué habrá ocurrido con la conexión? Hoy me he quedado náufrago en las ondas. ¿Dónde habrán estado todos esta tarde? Unos en América, otros en España. Se habrán comunicado entre ellos, y yo mudo y sordo en el Bar El Pulpo.
―De todas formas, esto se acaba y debo acostumbrarme a ello. Pero, ¿cómo se aclimata uno a quedarse huérfano en los próximos quince días?
Ahora sale de nuevo Doña Eulalia y espanta a los estudiantes del lado de Lola.
―Y tú, no les hagas caso. ¿No ves que son unos caraduras? ¡Hala! ¡Hala! A estudiar a su habitación. Y usted Don Eloy déjese de tanto internet y tanta historia, que siempre se está calentando la cabeza con tonterías. Váyase a dormir, y hágame caso. Mañana a sentarse en un banco del parque y dar de comer a las palomas, que ya tiene usted una edad.
Kellroy 22-9-2011
Kellroy, un entrañable relato en el que he mantenido mi sonrisa durante toda la lectura, y en algunos momentos me he reído con ganas. Ahora, al escribirte este comentario, si me dejara llevar, se me volvería a meter una pestaña y además en ambos ojos, pero no quiero, prefiero asociar Kellroy a una gran sonrisa, y así será. Te mando una sonrisa enorme, un abrazo fuerte y un beso.
Es un relato francamente bueno, que sabe captar de una forma inmejorable el ambiente de los que hemos estado en pensiones parecidas.
Una nueva dimensión de los naufragios. Si Defoe levantara la cabeza… Da gusto leer relatos en los que la imaginación conquista nuevos territorios. Muy bien, Kellroy