El día a día, de Eva Monzón
Hay tiempos difíciles para vivir. O para sobrevivir. Las circunstancias se complican, todo lo que nos rodea se vuelve hostil, y ni siquiera la infancia se libra de ello.
El día a día, quinta novela de la santanderina Eva Monzón, narra la historia de dos hermanos separados por esas circunstancias difíciles que marcan para siempre, que transforman a las personas hasta convertirlas en quienes nunca pensaron ser. En una sucesión de fragmentos breves, que no capítulos (toda la novela es un continuum, fluye como la existencia, como el día a día que se escapa), que facilitan la lectura, conocemos poco a poco toda su vida. Al menos desde que, sin saber por qué, se ven obligados a subir a un coche que los conducirá a un destino incierto. Andrés es recluido en un orfanato, donde asiste a la sinrazón de unas sanciones inhumanos (representados en el pobre Rubén, castigado por defender su infantil ateísmo) y a la humanidad de Mauro, figura que lo acompañará para siempre como sustituto de la materno-filial y protectora que su niñez aún precisa. Isabel llega a una cárcel de mujeres, donde conoce la tortura, el miedo, el dolor de las madres separadas de sus hijos; donde es obligada a espiar y delatar a sus semejantes. Algo que también la acompañará para siempre; algo de lo que es difícil, si no imposible, desprenderse.
Y, con ellos, nos enfrentamos al resto de personajes, algunos apenas esbozados, aunque en breves pinceladas podemos recomponer buena parte de sus caracteres y avatares, como es el caso de María, la asistenta de la casa donde finalmente acogen a Andrés tras ser rechazado en dos ocasiones por unas familias que lo tratan como un muñeco de feria. O el de Roberto, apenas una sombra, pero que acepta el pasado oscuro de su mujer, Isabel, y ayuda con su bondad y su discreción al diálogo de esta con su hermano. Más se profundiza en la pareja que acoge a Andrés, Joaquín y Lina, traspasados por la pérdida de su hijo Luis, cuyo final trágico conoceremos a través de una investigación-juego en la que la vida real acaba por imponerse. Y en la madre, Sara, empeñada en recuperar a sus hijos por encima de todo, incluso de su propio marido, al que deja de visitar para apostarse frente a la casa de doña Carmen, su suegra, artífice de su humillación y de sus sucesivas pérdidas. También de su muerte, en una escena muy lograda en la que los que van a desaparecer para siempre se presentan, se reafirman, se hacen cómplices en sus últimos instantes en este mundo. Y, como un coro de las tragedias clásicas, las esposas en espera frente a la cárcel; la eterna desesperación de los vencidos…
Y, por fin, en un salto abrupto (quizás nos gustaría conocer más de ese lapso temporal en que se fraguan del todo sus personalidades), asistimos al reencuentro de Andrés e Isabel, al desconcierto de no reconocerse, al miedo a enfrentarse a una etapa demasiado dura para ser recordada, para ser perdonada.
Porque, aunque Andrés emprende una búsqueda de esa familia rota, de la que apenas localiza un valioso fragmento (de su madre solo puede recuperar su nombre en una tumba), la realidad ha dejado de ser lo que era, y ni los cuentos infantiles ni los paseos de la mano de su hermana son importantes para quien ahora se revela a sus ojos: una mujer que lucha por aceptarse, igual que él debe aceptarse y recomponerse y encontrar un sentido al sinsentido de su día a día, único modo de vivir, de sobrevivir, en tiempos difíciles, en esas circunstancias hostiles que les han tocado en suerte. O por desgracia.
Eva Monzón nació en Santander, pasó la infancia en Palma de Mallorca y actualmente vive en Valencia, donde trabaja como psicóloga clínica y jurídica. Ha publicado las novelas Tiempo muerto, Entreactos y Errantes, además de varias obras de teatro (Lo que no se quiere recordar, El jurado, El descubrimiento, La pelea…). Publica relatos en revistas y antologías y mantiene el blog Fragmentos, con el que ganó el Leibster Award.
Elena Marqués
Blog de la autora