«Había mucha neblina o humo o no sé qué», de Cristina Rivera Garza. Por Elena Marqués

Había mucha neblina o humo o no sé qué

 

Es difícil hacer una reseña de un libro complejo como este. Tan complejo como que el último capítulo ni siquiera podemos leerlo, pues está escrito en el lenguaje del bosque, la lengua de los mixes; un pueblo indígena que se asienta en el estado de Oaxaca y en la sierra norte de Guerrero; una comunidad que conserva ciertas costumbres ancestrales, como la de subir al Zempoaltépetl, su montaña sagrada, a celebrar, con sacrificio de gallinas y guajolotes, una nueva vida, ceremonia a la que la misma autora asistió poniendo así en práctica la costumbre andarina de su admirado Juan Rulfo.

Tuve la suerte de escuchar a Cristina Rivera Garza en el salón de actos de la Facultad de Comunicación una tarde de lluvia menuda. Su voz ya me fascinó. Para alguien que adora su lengua en todas sus manifestaciones, el deje mexicano de una mujer que da clases de Escritura Creativa en Houston, con esa manera peculiar de pronunciar las palabras en inglés, y el modo pausado de hablar, y la elección del término exacto, y el amor que transmitía por todo lo que hacía y por ese autor tan especial como es Juan Rulfo, fue todo un regalo que quizá haya influido mucho en cómo afrontar el libro.

Por lo pronto, me ha descubierto la cara más humana de Juan N Pérez V., jalisciense amante de la fotografía y del alpinismo que, como la mayoría de los humanos, tuvo que trabajar para mantenerse.

Sobre esos sucesivos empleos nos habla Cristina Rivera (para ella es interesante conocer a las personas a través del trabajo que desempeñan, pues cómo se gana uno la vida condiciona de algún modo lo que hace), desde su paso por la compañía llantera Goodrich-Euzkadi hasta su aportación a la Comisión del Papaloapan, encaminada a un vasto proyecto cuya función no era sino la de planear, diseñar y construir las obras requeridas para el integral desarrollo de la extensión que constituye la cuenca de ese río: construcción de obras de defensa, aprovechamiento de riego, desarrollo de energía y de ingeniería sanitaria, vías de comunicación y de navegación, puertos, carreteras, ferrocarriles, telégrafos…, y las relativas a la creación y ampliación de poblados, en especial para aquellos que, en favor del progreso y la construcción de la presa Miguel Alemán, se vieron obligados a la reubicación, al realojo.

Había mucha neblina o humo o no sé qué

Surge así, en crudo, el consabido problema de la tradición y la modernidad, y el considerar a la primera como un obstáculo para el progreso, sin pararse a pensar en los mecanismos que mueven a esa comunidad supuestamente anclada en el pasado, todo lo que aporta en su funcionamiento y en su socialización.

Quizás ese sea uno de los motivos por los que los personajes rulfianos se mueven en un estado de extrañeza, de fantasmagoría, incluso de ambigüedad, no solo parental, sino también sexual, y en ese pequeño análisis de los pobladores de Luvina, una ciudad itinerante (conocemos por estas páginas que existieron dos Loo-ubina) que remite a la raíz de la miseria o de la escasez, un espacio real no exento de magia como la Comala a la que llega Juan Preciado en busca de su padre, se nos ofrecen las claves para entender su obra.

Y otro de los puntos importantes de este libro es precisamente la reivindicación del camino. En un momento, a mediados del siglo xx, en que se produce el milagro alemanista y México se introduce en la historia moderna; en que se construyen las carreteras de asfalto para ser devoradas por el automóvil, nada mejor como llenarse los alveolos de los pulmones del aire en el tránsito, sentir la planta del pie sobre la superficie de la tierra para afirmar que la literatura no es solo una cuestión en la que participan los ojos (en la lectura), sino el cuerpo entero.

Como afirma Cristina Rivera al principio de esta obra, «Uno no puede sentir lo sentido por otro, eso es cierto. Pero uno puede estar ahí, en ese sitio compartido, y sentir lo propio».

Sintamos cada uno nuestro propio Rulfo, hablemos con los fantasmas del llano en nuestro propio idioma; pero no dejemos pasar la oportunidad de leer al mexicano en este año en  que se celebra el centenario de su nacimiento. Cuestión, por cierto, que por estos anchos caminos de España ha pasado bastante desapercibida.

Elena Marqués

Blog de la autora

Cristina Rivera Garza

Cristina Rivera Garza (Matamoros, Tamaulipas, 1964) es una escritora mexicana y catedrática en el Colegio de Artes Liberales y Ciencias Sociales de la Universidad de Houston. Especialmente reconocida por su novela Nadie me verá llorar (1999), ha ganado diversos premios, entre ellos el Anna Seghers para literatura latinoamericana en 2005, en dos ocasiones el premio internacional Sor Juana Inés de la Cruz, y el Premio Roger Caillois para literatura latinoamericana en 2013.

 


 

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