La gran ola
«Esperaba el golpe. Lo había visto venir desde hacía semanas, como un guante gigante de boxeo avanzando por el horizonte al encuentro inexorable de su mejilla.»
Con estas palabras empieza La gran ola de Daniel Ruiz García (Premio Tusquets de Novela 2016), marcando el tono de lo que va a venir: un combate del que es difícil salir ileso; el gran reto de enfrentarse al complicado mundo laboral, mucho más dificultoso en época de crisis, en la que el puesto de alguno peligra (de hecho, asistimos al educado despido de Novoa, el débil de la jauría si aprovechamos la alegoría que emplea el autor a lo largo del libro) y otros «aprovechan para aprovecharse».
Ante nosotros se dibuja una empresa «familiar» crecida por el esfuerzo de su fundador, con sus «servidumbres propias» en cuestiones de contratar a nuevo personal y amenazada por «el drama de la tercera generación» (la crítica de este libro abarca planos distintos y no olvida la pérdida del norte en el tema siempre peliagudo de la educación). Así vamos conociendo a cada uno de sus miembros, apellidados por sus departamentos o funciones, en capítulos más bien cortos que terminan por ofrecernos una sagaz visión de conjunto.
Esa es quizás una de las cosas que más me gusta: dejar de ver al colectivo, la masa en que se nos quiere convertir («Un poderoso ejército que sabe pilotarse hacia el éxito»), para saber de sus elementos en su labor diaria, pero, sobre todo, en la intimidad de sus hogares; la narración de sus vidas personales ahogadas por el peso laboral, la lucidez con que el autor nos presenta a hombres y mujeres reales con un lenguaje prodigioso que se desenvuelve entre la ironía, la dureza o la ternura según el momento. Pues, aunque la contracubierta de La gran ola nos da a entender que es Julián Márquez el protagonista de esta historia (con él se inicia la novela), es más bien una obra coral en la que llegamos a conocer a todos sus actores como si fueran nuestros propios compañeros de trabajo. A Martita Pineda, prototipo de «enchufada» (en este caso por motivos familiares), incapaz de cumplir sus tareas y con cierta tendencia a la histeria; a su secretaria, eficiente y resentida con sus circunstancias presentes y pasadas, que dulcifica sus instintos incendiarios con altas dosis de caramelos Sugus; a Riberita, el arribista (no sé si el apellido está elegido a posta, pues procede de esa misma raíz), capaz de secuestrar perros (de nuevo la especie) para obtener una recompensa, seguidor de la frase «La suerte es una puta escurridiza. Y cuando te la cruzas tienes que follártela». El mismo que no duda en ponerse a las órdenes de Luis Monsalves para servirle de «espía» y desmontar la figura de Estabile, el coach, el gran embaucador, uno de los nuevos elementos imprescindibles en la empresa moderna y cuyas titulaciones nos dan una idea de la gran cortina de humo en que se desenvuelve. A él se dedica buena parte de la atención de esta novela, a sus frases semanales de motivación empapelando los despachos, a su forma de hablar y/o sonreír, a sus sentencias, a sus intentos tramposos de implicar familia y trabajo cuando «mezclar las dos cosas era una aberración». A su mentira.
Y, juntos a ellos, otros personajes secundarios necesarios para conocer ese mundo que a quienes, como yo, nos dedicamos a otras tareas nos resulta tan lejano (aunque ciertas actitudes sean universales), como ese Cárdenas al que hay que comprar con alcohol y mujeres para conseguir mercados; el pelota Peláez (sí, claro, ese sí que es universal); el petulante Cañamero, de la competencia, con su Mercedes impecable…; más aquellos otros que componen la fauna de nuestra sociedad, como ese padre que destroza a Márquez el primer partido de fútbol donde su hijo juega.
Ahí me gustaría hacer una pausa, en ese niño débil y asustadizo al que sus compañeros acosan (otro problema que se deja caer) y para el que el lenguaje, como comenté, cambia de acento y abandona el tono depredador («el hambre en aquellos ojos, la necesidad de salir a la calle en busca de una pieza más grande […] el olor de la carne cruda […] salir de caza») para musitar «Cachorro Rubén. Medio niño Rubén. Pan demasiado tierno, miga dulce sin hornear, pastel sacado demasiado pronto del horno»; al que desea «Espantarle el frío, volver romos todos los filos, sustituir los acantilados por extensas y soleadas llanuras».
Porque, por encima de todo, la novela de Daniel Ruiz nos muestra a esos hombres y mujeres indefensos que somos («En la noche, todos perros», dando la vuelta a ese otro dicho de «En la noche, todos los gatos son pardos»), atrapados en la jauría, a los que, abiertas las jaulas, se nos ofrece la posibilidad de «morder en libertad, de cabalgar la gran ola». Una obra que hace pensar en qué nos estamos convirtiendo.
Elena Marqués
Daniel Ruiz García (Sevilla 1976) es escritor, periodista y especialista en comunicación. Hasta la fecha ha publicado las novelas Chatarra, Perrera, La canción donde ella vive, La mano, Moro, Tan lejos de Krypton, Todo está bien y La gran ola (Premio Tusquets de Novela 2016) y obtenido algunos premios y reconocimientos, como el Premio de Novela Universidad Politécnica de Madrid, el Villa de Oria 2010 y el Onuba de Novela 2012. La revista Cuadernos Hispanoamericanos lo sitúa como uno de los referentes de la literatura underground nacional.