Yo también soy berlinesa
Desde hacía tiempo tenía una espinita clavada en mi pecho. Tenía, sí o sí, que visitar Berlín y lo he hecho. Siete días. Ya puedo dormir tranquila.
Normalmente, tenemos, a rasgos generales, una visión descolorida, influenciada y artificiosa de lo que vamos a visitar. Berlín es conocida por muchos (también por mí hasta hace unos días) por las famosas películas bélicas. Pero no hay nada como verla por una misma.
Seguro que quien más o quien menos, cuando viaja a una ciudad, procura informarse, obtener referencias, se compra una guía, se hace con un mapa del destino u organiza el itinerario diario. En mi caso cumplí con casi todos los quehaceres. Me informé por amigos, me compré la guía, organicé las excursiones diarias y señalé en el mapa los sitios más importantes, a pesar de lo cual, tengo que reconocer, con sumo agrado, que me perdí por las calles berlinesas. Porque aunque la organización nunca esté de más, visitar un lugar es perderse por sus caminos, dejarse sorprender, dejar al capricho del destino rienda suelta, que en suma no venimos de otro lugar que no sea del azar.
Podría empezar diciendo que de la capital de Alemania no esperéis ni imponentes edificios ni la pomposidad de otras capitales como Viena o Budapest. A esta ciudad hay que acercarse con los ojos bien abiertos y los oídos bien atentos. Berlín es una ciudad que se va descubriendo a sorbos, como los buenos vinos y que respira historia por todos los costados.
Berlín nació donde ahora se encuentran los edificios más representativos, los grandes museos, teatros y la Sede del Gobierno (el Berlín Mitte). El barrio Nikolai Viertel fue el barrio original y el nacimiento oficial de la ciudad data del 1237. Lo que sucedería después, el lago camino hacia la capitalidad, el Berlín imperial de los Hohenzollern y del mariscal Otto von Bismark, la 1ª Guerra Mundial, el Tratado de Versalles, la República de Weimar, la 2ª Guerra Mundial, el Tercer Reich, la ciudad dividida, la reunificación, el fin de la Guerra Fría, todo esto y mucho más está en los anaqueles de la Historia.
Para mí, seguramente porque me pilló jovencita, Berlín es el derribo del Muro, antesala de la unificación de Alemania Occidental y Oriental. La construcción del muro tuvo lugar por sorpresa (quizá secreto de estado) una mañana de domingo de 1961 y dividió Berlín durante 28 años con lo que todo esto significó. Las familias quedaron desgarradas y cientos de personas perecieron al intentar huir al sector próspero y libre del oeste. En 1963 John F. Kennedy fue a Berlín, cuando la división de Alemania era un hecho consumado, tarde según algunos berlineses que pudieron escuchar de sus labios las palabras «ich bin ein Berliner».
Pero Berlín no se ha quedado estancada en el pasado ni vive permanentemente de él; es también presente y sin duda futuro, porque es una ciudad integradora y próspera con personalidad y esencia propias, con estilo, vanguardista, creativa y artística. Los berlineses podría decirse que son, salvo contadas excepciones, de todo lo bueno lo mejor. Son educados, limpios, tienen estilo y están medioambientalmente concienciados. El Palacio Real de Berlín, motivo favorito de las postales de la época imperial, ahora en plena construcción, lucirá con todo su apogeo y esplendor en una ciudad que supo literalmente levantarse de sus ruinas. Descubrir Berlín es descubrir la vida … como una caja de bombones. Hasta que no la abres, no sabes cual te puede tocar.
USUE MENDAZA