No dejo de sorprenderme de las actitudes de algunos «ilustrados» actuales. Aunque siempre ha existido esta figura, es ahora, sobre todo entre los que rondan los treinta o cuarenta y tantos años, cuando vemos que, convencidos de ser «superiores» y de que son la generación llamada a cambiar el mundo, entablan conversaciones desde un nuevo púlpito cuajado de títulos que, como mucho, los capacita para ejercer una profesión.
Por lo visto, estos «seres superiores» no saben que, no hace mucho, la educación era un lujo al alcance de muy pocos, que casi la mitad de la población era analfabeta y que antes de los quince años la mayoría ya estaba trabajando de sol a sol para poder ir viviendo con cierta dignidad. Que los hermanos mayores no estudiaban porque hacía falta un sueldo más para mantener a los pequeños y que, si había algo, era para los hombres; para las chicas sólo si había mucha suerte y hacían méritos significativos.
Hace muy poco tiempo éramos un país pobre y nos lavábamos el pelo con jabón Lagarto o hecho en casa (el champú pertenece a finales de los sesenta; no digamos el suavizante). Las diversiones eran ir al campo, al pinar, a la playa o a la sierra con un bocata de tortilla a coger piñones y perseguir lagartijas. Si no había para comer ni para estudiar, menos para libros o discos. Los que tenían tocadiscos eran los reyes del mambo y de los guateques. Claro que tampoco había SGAE y podíamos prestar cualquier obra sin tener que pagar por reunirnos a hablar, cantar, escuchar la radio entre amigos o hacer teatro en cualquier sótano.
Estos chicos, como digo, que han nacido en la época de la educación obligatoria, en familias que tuvieron medios para enviarlos a colegios privilegiados o privados y bilingües, que han hecho másters en el extranjero, que saben varios idiomas y pueden comprarse un montón de libros y cederrones al mes, además del vaquero de moda o el último modelo de móvil, devoran todo lo que cae en su mano porque hay que parecer «muy culto». Se creen por eso capaces de mirar por encima del hombro al resto del mundo, tratarlos de ignorantes («lectores de best-seller» por más señas) y reírse, enmarañados en su propia miel, de quien no tuvo la misma suerte. Ellos son estupendos y su actividad autolaudatoria es tan agotadora que llega a ser irritante. Hasta el más tonto sabe que, haciendo una pequeña muesca, aparece latón detrás del oro.
Muy leídos, pontifican sobre lo que es bueno y malo, lo que deben o no leer los demás y hasta se atreven a ser críticos literarios sobre la base de sus gustos y su experiencia, como si con esos pocos años ya se hubieran empapado la biblioteca de Alejandría. No sé muy bien qué tiene que ver un título profesional con tener la capacidad de decirle a nadie qué es lo que le debe gustar, ni en lectura, ni en cine, ni en arte, ni en nada. Como mucho opinar sobre la propia percepción subjetiva añadiendo a su juicio «según mi parecer» y dejar de hablar ex cátedra.
Nadie nace sabiendo leer ni escribir; unos han tenido la suerte inestimable de llegar a los 30 años con estudios superiores, másters e idiomas, pero otros han llegado a la Universidad pasados los 65 años, después de una vida de duro trabajo para sacar adelante a su familia y con hambre y sed de educación y conocimiento. Claro que llevan retraso, porque no tuvieron toda esa suerte de privilegios, y, por desgracia, muchos otros no los tendrán nunca.
Aquí no puedo dejar de hacer mención a la UNED, que facilita de forma extraordinaria la posibilidad de acceso a la educación en circunstacias familiares o laborales difíciles.
Y me sigue sorprendiendo cada día que estos «ilustrados» sean tan necios y presuntuosos, tengan tan poco conocimiento y perspectiva del mundo que habitan. Que a estas alturas nadie les haya dicho que no hay cambio posible desde la prepotencia y los barnices y que aún les queda mucho camino por recorrer y muchas historias que escuchar.
Seguramente habrán leído mucho; lo que habría que ver es lo que han aprendido, que a primera vista parece poco o nada.
Brujapiruja
Piruja, seguro que cuamdo escribiste ese post, el ilustrado tenía nombre y apellido.
No creas Felix, es algo que vengo observando hace tiempo y he llegado a la conclusión de que es más general de lo pensé en princìpio.Tendría mil anécdotas que contarte al respecto, algunas muy jugosas por cierto. Pero este medio no es el más propicio.
Hoy si, brujapiruja 😉
Brujapiruja, has retratado muy fielmente a ese sector de la juventud, muchos de ellos ya no tan jovenes.
Me vas a permitir una corrección que se limita sólo al título y que con una palabra los define igualmente:
Sectarios.
Saludos
Creo que necios es más apropiada Boscan, porque básicamente centran el mundo en si mismos, como si el mundo hubiera nacido con ellos y este planeta tiene mucha historia antes de que ellos nacieran. Nada es completamente nuevo en el comportamiento humano.
(Del lat. nescĭus).
1. adj. Ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber.
2. adj. Imprudente o falto de razón.
3. adj. Terco y porfiado en lo que hace o dice.
4. adj. Dicho de una cosa: Ejecutada con ignorancia, imprudencia o presunción.
Yolanda Saénz de Tejada tiene un poema que en su parte final expresa algo similar y que comparto:
«Ese,
que llora mientras te sonríe y
se le parten los huesos lentamente
con tu
desprecio,
ese,
es tu pasado.
Y sin pasado,
niñat@ de mierda,
no tienes ninguna
opción de futuro.
Eres una rata de alcantarilla que nunca verá la luz…»