Nieves Pradillo (6) Por Manuel de Mágina

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De vuelta del trabajo, había dejado el coche en el aparcamiento y subía en el ascensor como un perro al que le hubieran mordido la cola. De perros iba la cosa. De perros había sido la mañana. Paco fregaba los platos en la cocina con la demora habitual en él, servido de una montaña de espuma entre la que se ocultaban sus rudas manos de mecánico; provisto de un delantal amplio de talla, tanto como para guarecer a su generoso cuerpo, plastificado y de un azul muy claro, más claro aún que el celeste. La escuchó abrir la puerta, tirar las llaves en el canastillo; quitarse el abrigo, respirar, caminar, y ya intuyó que los hados no venían propicios.

—¿Tú sabes algo?

—Hola, Nieves.

Pero Nieves no respondió al saludo, sino que siguió tirando de la soga:

—Te he hecho una pregunta.

—Que si sé algo, ¿de qué?

—De mi “primer caso”.

—Pues no sé bien a qué te refieres.

—Del tipo que ha venido esta mañana a hacerme un encargo. Y no te hagas el tonto que me lo ha dicho.

—Ah, Serrano.

—Sí, Serrano; justo es así como se llama.

—Bueno, Nieves, Plácido es uno de mis mejores clientes. Necesitaba ayuda y, ¿a quién mejor podía dirigirlo que a ti?

—Y ¿tú crees que es a eso a lo que debe dedicarse una detective privado?

—¿Por qué no? Mientras te paguen. ¿Qué más da si es persona o perro?

Y entonces Nieves estalló como la burbuja inmobiliaria. ¡Si se había pasado tres años de su vida estudiando derecho civil, y penal y procesal, y todos los derechos habidos y por haber; criminalística, psicología, analítica, documentoscopia y hasta lofoscopia, para buscar perros perdidos! ¡Si había invertido todo su dinero y su tiempo y su empeño en crear una empresa de investigación privada para eso! ¡Que, por las mismas y sin necesidad de haber empleado todas las horas libres y energías del último trienio, podría haber montado una churrería, o un gabinete de runas! ¡Si ella estaba para resolver los descuidos de tipos caprichosos por mucho dinero que tuvieran! ¡Si estaba para tolerarles, encima, la baba!

—¡Te estás pasando, Nieves; te estás pasando! Que Plácido puede ser lo que sea pero es una persona formal y un caballero, que lo conozco desde hace mucho tiempo.

—¿Un caballero?

—¡Sí, un caballero!

Y Nieves salió escopeteada de la cocina.

—¡Un caballero no se tira todo el tiempo mirando al escote de una dama! —dejó dicho, antes de abandonarla por completo.

Paco se quedó aturdido, confundido: ¡Y, ¿dónde se supone que debe mirar un caballero?! Lamentándose del carácter de su mujer, ¡con la necesidad que tenía de hacer caja!

____

—Adelante, adelante.

Y le hizo pasar.

—Toma asiento, por favor.

Y una vez que lo tomó:

—Tú me dirás. ¿En qué te puedo ayudar?

—Bueno, verá…

—Puedes tutearme.

—Gracias. Pues lo que iba a decir es que llevamos un par de días, y digo llevamos porque hablo también por mi señora, muy preocupados por la desaparición de Alfonso. Hemos dado la alerta en todos los sitios que hemos podido, hemos publicado pasquines con su imagen, pero hasta ahora nada ha dado resultado. Es por eso que hemos pensado recurrir a una profesional de la investigación como tú.

—Pues tendrás que empezar por decirme quién es Alfonso.

—¡Oh, perdona! Alfonso es nuestro perro, un perro de aguas. Aquí traigo su foto. Es este.

Tal vez se hubiera pasado, hubiera descargado su frustración contra Paco. Se forjó unas expectativas sobre el hombre y el caso que no se correspondieron en absoluto con la realidad. No dejaba de darle vueltas, abrazada a la almohada, echando el culo a su consorte, que ya dormía. Arropada, casi escondida en la propia cama, se reconocía haber sido injusta. No era cierto que aquel hombre hubiera estado mirándola todo el rato como un obseso.  Lo hizo, pero de la manera que cualquier hombre lo haría. Quizás con el punto de atrevimiento que da el poder del dinero; alzando, después, la vista a sus ojos, pero nada más. Y en todo momento se portó con corrección.

—No nos importa lo que cueste, ¿comprendes? El cariño que tenemos a ese animal está por encima de todo.

La rabia es que no era eso lo que esperaba. No era eso lo que ella quería hacer. No era eso para lo que se había preparado.

Tendría que disculparse con Paco.

____

… convencida de que había que poner mucha más carne en el asador. E iba a poner toda la que hiciera falta. Quería comerse la mañana. Se había levantado con todas las ganas. El sol de invierno era débil, una oblea descolorida entre una maraña de cirros, y el frío golpeaba duro. Fuerte se sentía ella, sin embargo; el fuego dentro, ahuyentando con el vaho la gelidez. Había que moverse, no estar esperando a verlas venir, hacer averiguaciones. Transitó con un galope sostenido las dos grandes avenidas, la plaza Lampera, La Comercial, la rotonda del minotauro y el estrechamiento de la calle Canales antes de tomar el desvío que la llevaría hasta su negocio. Una vez allí, ordenó las ideas y trazó el plan para esa misma mañana. No tenía demasiado claro qué hacer, salvo que iba a salir, salir a la calle. Caminaría en dirección al centro. Tomaría un café, probablemente en la misma cafetería en la que lo hizo la vez pasada. Y, de ahí, quizás se dejara vencer por la comezón de echar un vistazo al domicilio de la competencia. Había recopilado algunos datos con este propósito: el nombre y la dirección comercial del sujeto. Anselmo Estremera. Calle Mimbres. La calle Mimbres aparecía en el plano de Internet como una corta y delgada franja en medio del laberinto de callejuelas de la ciudad antigua. Intuía que con esto podía estar violando el código deontológico de la profesión nada más empezar. No obstante, aún no había decidido dar el paso y, por tanto, no había de qué arrepentirse. Ella solo iba a caminar hacia el centro. Tomar un café y ya pensaría.

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Nieves Pradillo

2 comentarios:

  1. ¡Pobre Nieves! ¡Qué humillación! Que no digo yo que no sea importante buscar a un querida mascota (yo sería la última en decirlo), pero contratarla solo para eso…
    Manuel, estoy pensando que podía venir a investigar bajas médicas prolongadas y algunos desvíos presupuestarios. Estoy por pedirle el teléfono…

  2. Manuel de Mágina

    No es mala idea, Elena. Con la necesidad de trabajo que va acumulando… Tal vez… Pero dime, ¿las bajas prolongadas son muy prolongadas? ¿Los presupuestos se han desviado mucho? Porque con esta chica no se sabe. Lo mismo se lo ofrecemos y nos manda… Bueno, se lo comento. Mejor, se lo sugiero a Paco. Y él que ya decida.

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