Nieves Pradillo (7) Por Manuel de Mágina

Capítulo anterior 

Moviéndose entre el primer bullicio de la ciudad, concluyó que si seguía con los escrúpulos tal vez no consiguiera nada, de modo que apartó las barreras morales que aún le impedían el paso. Acababa de ingerir una ración de cafeína, como se había prometido, en Rol Puro, e iba como una moto, decidida a poner en práctica todos los ítems del capítulo de “Técnicas de Investigación” que hicieran falta. Enfiló la callecita con paso decidido y, cuando llegó a la altura del número, dio vista a la derecha. Allí estaba la placa con el nombre, el empleo y el piso: 2.º A. Sin detenerse, aparentando una seguridad que no tenía, giró hacia el lado contrario, hacia la finca de enfrente, y tocó en uno de los botones del portero automático. No respondió nadie. Después lo hizo en otro. Una voz adormilada de señora mayor preguntó quién. Ella respondió al instante:

—¡Correos!

Imaginó que esa sería la contraseña más eficaz. Pasaron unas décimas de segundo. De seguido se oyó el siseo del resbalón electromagnético. Empujó la puerta y penetró en el oscuro portal. La lámpara se encendió, la puerta se cerró tras ella con una estridencia de quejidos metálicos y un golpe final. Se situó a un lado, como si estuviera esperando que bajara algún vecino. La luz se apagó poco después. A través del cristal de la puerta, podía controlar el movimiento de entradas y salidas del bloque de enfrente. Sintió el tedio de quien espera. Miró a su alrededor. Por el mal gusto, el deterioro de los materiales y la mezquindad de los espacios, sospechó que aquella arquitectura debía ser un producto de los años 60-70. A lo largo del rato que estuvo plantada allí, se sucedieron las idas y venidas de los moradores de aquel bloque (a los que ella saludaba con desgana, como si fuera víctima de la impuntualidad de alguno de ellos), así como también de los habitantes del de enfrente.  No sabía quién era ese señor, cómo era su aspecto, pero contaba con un arma infalible para averiguarlo. Al cabo de una media hora, vio entrar a un hombre de cierta edad, algo encorvado, e intuyó que podía tratarse del tal Anselmo, de modo que permaneció muy atenta a una posible salida. El «sospechoso», tras otros cuantos vecinos, lo hizo hacia las once de la mañana, y, por primera vez, Nieves se lo topó de cara. Un fino bigotito, un lunar en la mejilla, unas ojeras crónicas, la mirada recelosa y fría. Seleccionó el número que tenía preparado en el teléfono e hizo la llamada. El hombre se llevó la mano al bolsillo y sacó el móvil para responder.

—¿Sí?

Era cuanto tenía que saber. Salió de su escondite y fue tras él con un paso tan ligero que llegó a adelantarle. Cuando pasó por su lado, el tipo la miró con la misma cantidad de suspicacia que de curiosidad. Nieves tenía bien preparada la estrategia y, enseguida, sin mirar atrás, cuando salió de aquella callecita y desembocó en una más amplia, se dirigió a su coche. Lo había aparcado allí, en los alrededores de un minúsculo espacio verde, a la vera de unos olmos, tísicos por el esmog. Descansó el bolso en el asiento y echó mano de una carpeta para consultar, en teoría, un informe de gestión, sin perder por el rabillo del ojo la trayectoria del seguido.  Este obró con calma (una cartera de cuero bajo el brazo) para dirigirse a su propio vehículo, un utilitario pequeño y antiguo de color blanco que estaba aparcado a bastante distancia. Nieves maniobró con toda la rapidez que pudo para salir del aparcamiento y dirigirse hacia allí. Pasó por su lado antes de que Estremera se incorporara a la vía y ralentizó la marcha para echar un vistazo a la matrícula. Solo pudo quedarse con la combinación de las letras, pero aquello, añadido al modelo, ya era más que suficiente.

Continuó conduciendo por la ciudad como si el objeto de hacerlo no fuera el de seguir la trayectoria de aquel automóvil y de su conductor. De hecho, ya tuvo dificultades para mantenerlo localizado en cuanto ambos desembocaron en la vorágine de la gran arteria central, y lo perdió de vista poco después, cuando el utilitario blanco se desvió hacia la zona de los juzgados. No obstante, había conseguido mucho más de lo que esperaba y se dio por satisfecha para todo ese día.

Al siguiente volvió a la carga. Y al siguiente, y al siguiente. Detestaba tener que estar haciendo aquello. No tendría por qué si, además de las disciplinas en las que la instruyeron, lo hubieran hecho en una tan principal como la de encontrar clientes. Tres años estudiando, tres años preparándose, superando pruebas, y ni una sola vez se les ocurrió hablarles de algo así. Ella —ingenua— pensaba que bastaría abrir el negocio para que acudieran en masa a contratar sus servicios; como si negocio no existiera más que el suyo. Como si todo el mundo fuera a saber que Nieves Pradillo había abierto un despacho de investigación privada por el solo hecho de hacerlo.

 Empleó toda esa semana y la siguiente en el propósito de averiguar cómo trabajaba la competencia. Dejaba el coche en un aparcamiento público donde pagaba un ojo de la cara y se dedicaba con toda la discreción que podía a la labor de espiar a Estremera. La labor fue infructuosa durante bastantes días pero, como toda constancia, acabó dando sus frutos. Supo que acudía con cierta regularidad a los juzgados, así como que realizaba visitas a varios despachos de abogados situados en las inmediaciones. ¿Eso quería decir que las fuentes del negocio estaban ahí, en los lugares por los que se canalizaban y donde se dirimían los conflictos? ¿Que había que hacerse presente en esos sitios para conseguir clientela? ¡Oh, cuánto desconocimiento!

Rebeca ya había lamido su plato y Paco se levantó para acercarle un generoso bistec hecho en la plancha a vuelta y vuelta. Minguito todavía se hallaba en la fase previa de separar del arroz los guisantes, las judías, el pollo, las ruedas de calamar, los mejillones, la cigala, el pimiento, las gambas con sus bigotes asquerosos y cuanta partícula sospechosa encontraba en su prospección. Nieves miró a Paco con asombro.

—¿Cómo le sirves eso a la niña?

—Porque me lo pide y lo necesita. Además, no le pondría nada que a ella no le apeteciera; ¿verdad, cariño?

Rebeca asintió, tenedor y cuchillo en mano, cuando ya saboreaba el primer bocado de aquella jugosísima loncha de ternera.

—¿Que lo necesita? ¡Tiene sobrepeso!

—Va, Nieves, nada que suponga un problema. Está un poco rellenita porque ella es de comer, ya lo sabes. Y esto son proteínas, nada más que energía, ni una pizca de grasa; así que no te preocupes. Minguito, eso que estás haciendo es inútil. Que es comértelo tú o dártelo yo a comer, como prefieras.

—¡Jo, papá! ¡No me gusta!

Nieves no tenía ganas de discutir y mucho menos en la mesa. Había vuelto molida del trabajo un sábado más y no le quedaban ganas de nada. No afeó a Paco, como tenía previsto, sus descuidos a la hora de limpiar la cocina y el baño, ni le reprochó su obstinada incapacidad para poner la lavadora. Llegó a casa y lo encontró enfaenado cocinando y pensó que no sería demasiado justo. A su pregunta de siempre sobre cómo le había ido, le contestó con la respuesta habitual de bien, solo que esta vez pensaba que no estaba hueca del todo. Por una vez creía ir en la dirección correcta, estar haciendo lo necesario para que el negocio marchara. Mientras, Paco le hablaba de los suministros de la casa, que había que reponer aquella misma tarde; del colegio de los niños, de las tutorías a las que tendría que acudir ella sin más remedio la semana siguiente porque él no dispondría de tiempo. Que había apuntado a Rebeca a no sabía qué deporte y habría que hacer un esfuerzo para llevarla una tarde más al centro educativo.

Todos los capítulos

Nieves Pradillo

 Manuel de Mágina

2 comentarios:

  1. Elena Marqués

    Creo que ya te lo he dicho, pero me gusta cómo mezclas la «aventura» laboral, que ya empieza a tomar forma, con la vida cotidiana de una mujer urbana con hijos y marido tipo. Te deslizas con fluidez por el texto.
    Un abrazo.

  2. Manuel de Mágina

    Gracias, Elena. Estos comentarios son un verdadero premio.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *