Llamamos impresión al arte de reproducir en un papel u otra materia, por medio de presión, caracteres impregnados en tinta.
Hacia el año 3000 a. C., en Mesopotamia apareció la escritura pictográfica, las imágenes se convirtieron en la llamada escritura cuneiforme (a la que dedicaré otro artículo con posterioridad) realizada sobre tablas de arcilla. Este fue el método utilizado en esta época. Hubieron de pasar algunos miles de años para que el proceso de impresión se depurara. Este se dio de forma independiente y en distintas épocas en diferentes lugares del mundo. Las civilizaciones antiguas usaron la tinta para copiar libros, los egipcios introdujeron el uso de láminas de médula de papiro, los romanos usaban pergaminos de piel de carnero, cabra o ternera… Pero estos materiales no eran lo suficientemente resistentes para el proceso de impresión, se necesitaba otro material: el papel.
Fueron los chinos los inventores y los primeros en escribir sobre este nuevo material, facilitado también por el desarrollo de las tintas, (de ahí la tinta china que todos conocemos), impresión que se realizaba con esta por medio de planchas de madera. Europa conoció el invento a comienzos del Renacimiento. La gran mayoría de la sociedad era analfabeta, la cultura residía en los manuscritos de los conventos, en poder de los monjes, que se dedicaban a la copia de textos e ilustraciones, pero este proceso era largo y laborioso. Mucho era, por tanto, el tiempo invertido en grabar planchas, así que resultó imperativa la búsqueda de un medio más rápido y económico.
Los primeros libros impresos no tuvieron gran repercusión entre la mayor parte de la población, pero poco a poco el nuevo sistema de confección de libros se hizo mucho más barato, permitiendo que la cultura dejara de ser patrimonio exclusivo de las clases dominantes.
El descubrimiento de la imprenta, a finales de la Edad Media, transformó, pues, la sociedad humana y abrió una nueva era al conservar el pensamiento escrito y difundirlo en numerosos ejemplares, poniéndolos así al alcance de un numeroso público con lo que la cultura traspasaba los muros de los monasterios y se difundía entre las gentes.
Podemos considerar que la invención de la imprenta fue de los chinos; sin embargo, añadimos que realmente la imprenta no nació hasta el 1440, fecha en la que se inventó la tipografía o grafía de tipos sueltos que pudieran combinarse a voluntad, con lo que se facilitaba la producción masiva y económica de toda clase de impresos.
El mundo actual atribuye al impresor alemán Gutenberg este tipo de caracteres sueltos mediante la fundición de letras independientes y la adaptación de una prensa de uvas para la impresión de pliegos de papel. De esta forma vio la luz la llamada Biblia de cuarenta y dos líneas. Igualmente uno de los primeros libros que salió al mercado con esta técnica fue el Salterio de Maguncia, primera obra impresa en la que están inscritos año de publicación, así como el lugar de impresión. A partir de aquí fueron apareciendo numerosos talleres por Europa, en un principio con caracteres góticos que fueron dando paso a los itálicos y romanos.
A España llegaría aproximadamente hacia el año 1473. En Zaragoza había por esta fecha una tipografía, pero se le concede a Valencia la prioridad por la impresión en 1474 de Les trobes en lahors de la Verge Maria, obra incunable (llamamos incunables a todos los libros impresos con anterioridad del año 1501, libros a imitación de los manuscritos de los que se sirvieron como modelo). Son de esta época las primeras ediciones de la Celestina, así como la Tragicomedia de Calixto y Melibea. Los primeros libros impresos en nuestro país fueron en su mayoría obras religiosas, igualmente romances de caballerías que se popularizaron como pasatiempo. Pese a que la mayoría no sabía leer, la tradición oral de estos seguía viva ejerciendo gran influencia entre la población; de ahí que Cervantes en su universal don Quijote ridiculizara estas novelas caballerescas.
Gracias a la imprenta, la cultura, hasta entonces en manos de los letrados eclesiásticos y custodiada en los monasterios, ha podido ser difundida eficazmente, abriendo la posibilidad de la multiplicación de textos y levantando la condena al silencio en la que estaban los autores. Los saberes se han universalizado y han abierto una gran ventana a la humanidad y a la difusión de ideas, ofreciéndoles la oportunidad de pensar por sí mismos, pilar fundamental para hacernos más libres, y por extensión, mejores, cosa por la que siempre apostaré. Me pregunto yo si los que se tildan de antiglobalizadores también están en contra de la globalización.
Atentamente, Thelemako