Mary Shelley, Mary Wollstonecraft Godwin de soltera, venía al mundo en Londres el 30 de agosto de 1797. Ahora que acabamos de celebrar el aniversario de su nacimiento, me alegra sobremanera poder anunciar que un relato mío a ella dedicado cerrará una antología sobre las grandes figuras del gótico. El relato, titulado Vendrá la muerte y tendrá tu rostro, verá la luz en breve bajo el sello Saco de Huesos en la antología titulada Siglo de sombras, que constituye un homenaje a la literatura de terror decimonónica.
Mary se revela un personaje esencial para el género de terror, no sólo por su Frankenstein, obra precursora del Steamgoth, sino también porque su propia vida se convirtió en paradigma de una serie de tópicos ligados a él, así como al Romanticismo. Es una figura que admiro mucho y que me ha permitido, en más de un relato, abordar argumentos relacionados con la metaficción; reflexionar sobre la obra como reflejo consciente o inconsciente de la vida del autor. La de Mary, en su aparente serenidad e incluso languidez, sin estridencias porque ella ‒en el fondo y a pesar del escándalo de su fuga con un Shelley casado‒ se mantuvo siempre muy discreta, fue una vida terrible y fascinante a partes iguales: una pesadilla mucho más espantosa que cualquier ficción.
Vendrá la muerte y tendrá tu rostro ofrece una reflexión sobre la difícil relación del autor con su obra, y más concretamente con sus personajes. A veces resulta muy complejo discernir dónde se encuentra la frontera entre la realidad de la vida del autor y la ficción de su producción literaria. Suponiendo que dicha frontera exista, claro. Yo soy de los que creen que toda obra es cuanto menos parcialmente autobiográfica, aunque el autor a veces ni siquiera sea consciente de ello. En todas queda rastro de nuestros deseos, ilusiones, desencantos o temores. A veces, incluso de forma embarazosa e inoportuna, los sentimientos más privados afloran bajo las apariencias más insólitas.
Por eso mi relato, que como bastantes de mis textos maneja tiempos en buena medida cinematográficos, entrelaza personajes históricos y de ficción. Así Mary dialoga con su criatura, el único que se mantendrá fiel a la autora hasta el final. En un mundo machista que sin duda infravaloró a la escritora, el Monstruo será el único que la respete realmente. Quien finalmente más lamente la pérdida de su madre.
En este sentido quizá se pueda advertir una cierta influencia de Remando al viento, una obra imprescindible. A diferencia de la excelente adaptación de Frankenstein realizada por Kenneth Branagh, Gonzalo Suárez propone una bellísima aproximación a la azarosa vida de la autora. Para mí su mayor virtud, aparte de su fotografía, música y ambientación, es el modo en que consigue fusionar lo biográfico y lo puramente novelesco, sugiriendo la influencia de la vida de la escritora en su novela más conocida y viceversa.
En efecto este acercamiento abunda en la certeza de que en toda obra hay una huella autobiográfica, voluntaria o no por parte del autor y reconocible o no por el lector. No cabe duda de que el Monstruo creado por Víctor Frankenstein, encarnación de los temores de una escritora perseguida desde la cuna por la muerte, es al tiempo un álter ego de la propia Mary, atormentada por un sentimiento de culpa que debió de comenzar a albergar a raíz de la muerte de su madre, fallecida tras traerla al mundo, y que continuó creciendo, junto a su aflicción, con las sucesivas muertes de su hermanastra, la primera esposa de Shelley, varios de sus hijos, su esposo y Byron.
Mary falleció con sólo cincuenta y tres años a causa de un tumor cerebral. Tuvo una vida dramática pero intensa y enriquecedora. Trabajó infatigable para la literatura hasta el último día y, en un mundo de hombres, gracias a una única novela fascinante y turbadora con la que todos nos identificamos, logró pasar a la historia como uno de los más grandes autores de terror de todos los tiempos.
Salomé Guadalupe Ingelmo
Imagen: Retrato de Mary Shelley, atribuido a Richard Rothwell
Buen artículo, buen homenaje y amena lectura.
Un abrazo.
Betty
Muchas gracias, Betty. Abrazos