Cerca y lejos Jorge intuye mi dragón
Tu cara era un charco de leche. Tus manos,
dos ríos mansos sembrados de lirios.
Todos tus dientes de leche. Y el agua
tu sangre,
tu orina casi transparente. Tu voz,
el reposar sobre sí mismo
del trigo nuevo cuando duerme.
Ojos de tabaco para fumar.
La sonrisa, tímida:
la gracia de un amanecer
que descubre
–tras la diminuta ventana– el sexo,
y no lo encuentra culpable. Aún ahora…
organizas tu habitación junto a la mía;
y eyaculas –bien lo imagino–
sobre una superficie
que desconozco; y te duermes
con una música de serafines rebeldes
sin buscar motivos al afecto de la almohada,
ni esperar
la visita nocturna del íncubo,
que quizá una vez
oprimió tu tórax como una duda.
(Fuiste el más guapo de los jóvenes;
y en el sueño, si te dije «eres hermoso»,
respondiste «tú también»).
En esta leyenda
de voces amarillas, reconocidas
desde los corredores sin macetas,
aniquilarías el Dragón
que extenúa mi soledad. Entrarías
en las sábanas que te esperaban
como un gato la caricia familiar.
Para gemir
hasta desaparecer perdonados
en el cansancio tibio,
en la blandura muscular,
que sobrevienen al llanto
en que los amigos
reconocen su pureza.
Aleqs Garrigóz