Salí corriendo por el pasillo tarareando una canción. Bajé las escaleras, sin calcular distancia ni tiempo y crucé la calle imprudentemente. Ninguna diferencia en el cielo ni en el asfalto aquella mañana y sin embargo, el destino tenía guardada una jugada para mí, una de esas cartas que oscurecen la existencia. Quizás ya todo estaba pasando mientras yo corría.
Lo sucedido aquel día me ha obligado a reposar la psique. Ahora me alimento de paciencia, de ensueño, y de la presencia de la única persona con quien me está permitido mantener un mínimo de contacto. Gracias al cielo, a ella le gusta leer en voz alta y es por ello que aún puedo sentir algún placer a la hora de existir.
Primero fue la alegría tras recibir aquella carta; una invitación para participar en un certamen…Seguro que había cientos como aquella en los buzones de todo el país -A modo de cortesía, suele invitarse a los participantes de convocatorias anteriores en algunos certámenes. – Pero esta diminuta carta… ¡tenía mi nombre impreso! -Ya sabía yo que tal cantidad de ilusión no podía resultar saludable. De hecho estaba interfiriendo en mi concentración, aunque… resultaba un aliciente tan hermoso.
La noche anterior expliqué a mi familia lo del concurso y mamá leyó la carta en voz alta mientras cenábamos, avergonzándome por completo. Tenía un buen relato entre las manos. Me daba igual cuantas ilusiones rompiera, o que mi primer premio provocase lágrimas en los escritores primerizos. O que mi éxito devastara entre los ancianos cuya última oportunidad desertaría. Aquel premio era exclusivamente mío.
Al otro lado de la calle estaba la biblioteca municipal. Me sentía dichosa de vivir frente a aquel edificio, es más, pensaba que era una señal. Alguna vez había soñado que los efluvios literarios eran capaces de atravesar los muros, convertidos en alguna suerte de emanación, en colores negro y sepia. En mis sueños, las letras se arrastraban hasta llegar a mi, inundando los rincones de ambos edificios, bajando y subiendo escaleras, recorriendo cada planta hasta encontrarme. Materia viva, pensante.
Exhausta por la carrera llegué al primer piso de la biblioteca, conocía de memoria el dibujo de las losas del suelo. Me asomé a la sala uno, donde se permite el uso público de las máquinas de escribir y suspiré con emoción. La encargada me observó con ojos perplejos. Aun no había encendido las luces y ahí estaba yo, pertrechada con mi mochila marrón, como un perro guardián. Mostré una sonrisa angelical.
-Pasa, anda. Puedes utilizar las máquinas de escribir. Los ordenadores no deben encenderse esta mañana. Les toca puesta a punto y he quedado a las nueve y media con el informático.
-Da igual, hoy venía para utilizar la máquina de escribir. No necesito a esos monstruos para nada.
Ambas reímos, mirando hacia las mesas de la sección de ordenadores que parecían observarnos desde sus caras cuadradas.
-¿Es para otro concurso?
Sabía que le caía bien.
-Sí, un concurso de cuentos. En unos días se cumple el plazo, además me hace ilusión enviarlo en papel ¿Puedo usar cualquier máquina?
-Se te ve ilusionada. Usa aquella, la que está frente a la ventana. Es el lugar perfecto para escribir, hay más luz. Además a esa máquina le tengo un cariño especial. Es vieja, pero tiene una letra preciosa.
-Gracias.
-Suerte, bonita.
Aquella señora tenía diferentes edades. Según cambiaba, su expresión variaba entre la de una joven entrañable, una madre amorosa, o una abuela huraña. Supuse que tenía ensayado todo aquel conglomerado de personalidades, para disponer de la respuesta concreta ante cada situación. Debía mantener a todo el mundo a raya y vaya si lo conseguía. No en vano, los niños del barrio solían llamarla “bruja”.
Me senté frente a la máquina. Me pareció demasiado antigua. Coloqué el meñique izquierdo sobre la letra “a” el derecho sobre la “ñ” y respiré profundamente. Conforme expulsaba el aire, me di cuenta de que algo estaba sucediendo. No podía mover un solo músculo y el mismo ímpetu que me arrojaba escaleras abajo, cuando llegué corriendo desde casa, me introducía ahora a raudales dentro de la máquina de escribir. Atravesé unas rendijas llenas de óxido y desconchones. Sentí que franqueaba una suerte de túneles infernales que me absorbieron, hasta que, convertida en el impertinente aire que rodeaba las teclas, llené con mi esencia los lugares vacíos, que parecían sobras de eternidad. El fondo manso y oscuro, de hierro forjado que sujeta el armazón, parecía una cueva. Alcé la cabeza, girando el cuello torpemente y miré hacia fuera, hacia la luz.
La bibliotecaria se dio la vuelta y quise gritarle ¿Lo había visto? Miró mi silla, la máquina, recorrió con la vista toda la habitación. Cogió mis cuartillas y comenzó a leerlas despreocupadamente. Su descaro se alternaba con suspiros de ternura, mientras leía impunemente.
-No te preocupes, Elena, yo misma lo enviaré. –Dijo mordiéndose el labio inferior, mientras se asomaba al interior del teclado.
Tomó el sobre y metió en él mis cuartillas sin corregir. Sacó de un cajón el sello de caucho de la biblioteca y golpeó el reverso. Luego arrojó el paquete a la caja del correo.
Podía observarla, como si me hallara escondida detrás de un gigantesco árbol, de oscuras ramas inmóviles. Un árbol adornado con hojas de hierro, carcomidas por el óxido y el tiempo, claro que aquella decrepitud sólo era visible desde el interior.
Me quedé allí, añorando el tacto de todas las cosas reales.
Algunas veces escrutaba la sala para ver quién hablaba de mi desaparición. Todo el mundo se refería a mi caso como “El secuestro de Elena”. Los más allegados volvían de vez en cuando, para asegurarse de que allí volvía a perderse mi rastro. Poco a poco se fueron espaciando en el tiempo las visitas. Creo que mi madre podía olerme, o al menos notaba en algo mi presencia. La policía registró el edificio e interrogó a la bibliotecaria, que mantenía mis pertenencias tal y como quedaron aquel día, concediéndose la importancia de una madre. Un día conseguí teclear algo y ella lo leyó. Se atrevió a introducir un folio en blanco en el carro de escritura y de este modo aprendimos a comunicarnos. Cuando no deseaba conectar conmigo, o cuando había más gente en la sala, la bibliotecaria colocaba una piedra del tamaño de un puño sobre el ramillete de teclas. A veces parecía olvidarse de mí durante semanas, para volver a retomar el contacto cuando yo menos lo esperaba. Yo la observaba, acercándome mucho a las varillas oxidadas y la veía mirar de reojo hacia la máquina. Siempre regresaba. Con el tiempo aprendí el tipo de cosas sobre las que ella deseaba hablar. Me comportaba como un perro amaestrado, con tal de evitar toda aquella soledad.
Una mañana, muy lejana ya al día de mi desaparición, comprobé que alguien se asomaba al armazón de la vieja máquina de escribir. Era un hombre y tenía en su mano mi piedra. Debí de ponerme muy nerviosa, porque varias teclas saltaron al unísono. Quedaron todas enganchadas entre sí, antes de llegar a tocar el tambor de la máquina de escribir, donde se habría marcado, mudo, el mensaje más alentador y terrorífico de la historia de la escritura. Un S.O.S. Una llamada de socorro descorazonadora, caótica. Lo había estado ensayando durante años. Más de una década.
La bibliotecaria se acercó y tiró de mis teclas hacia atrás, con sumo cuidado. Las colocó en sus sitio y miró al hombre con una sonrisa, fue el único gesto que pude apreciar, puesto que se colocó entre la máquina y el extraño, entorpeciendo mi campo de visión. Luego tomó de sus manos la pequeña roca y volvió a colocarla entre mis teclas oxidadas, sin volverse siquiera a mirarme. Me sentí otra vez amordazada. Esta vez acompañada de este otro sentimiento, el de la traición. Jamás permitiría que nadie más leyera mis palabras.
Recordé las hermosas tardes que habíamos pasado juntas. Las emocionantes conversaciones que habíamos tenido, y cómo en el último momento ella se negaba a creer la evidencia. Yo era Elena, vivía dentro de la máquina de escribir y podía comunicarme con ella. Espantada, colocaba la piedra en su lugar, tiraba a la papelera el folio escrito por mi y continuaba con su trabajo. Cuando no había nadie, me gritaba para que la dejase en paz, diciendo que yo no existía. Que la pequeña Elena debía haber muerto a manos de algún loco y que ella no creía en fantasmas. Entonces mi ser encogía, se hacía tan pequeño que la negra caja oxidada resultaba tan grande como un mundo completo. Sólo cuando me relajaba volvía a mi estado normal, en el que yo era apenas una cabeza que ocupaba todo el espacio interior. Entonces podía ver la sala entera, acercarme a las rendijas y espiarla.
-Es una máquina muy vieja. Los resortes no saltan cuando los pulsan, se quedan agarrados, y después, al menor movimiento se pulsan solos. Ocurre desde hace años.
Le dio al extraño la misma versión que daba a los demás, para explicar el porqué de la piedra. No permitiría que nadie más utilizase el viejo trasto.
-¿Sucede sólo en esta máquina? –Dijo el hombre, observando la piedra, marcada por todas partes con trozos de mis intenciones mudas.
Ella asintió. Aquel tipo la agarró del cuello lentamente, en lo que parecía el primer paso de un juego sensual. No sabría decir en qué momento comenzó a asfixiarla realmente, pero pude ver cómo ella luchaba. Cuando la soltó, quedó postrada encima de la mesa, como un pequeño pájaro muerto. Yo no tardé en volver a notar su débil latido, aún desde la lejanía. Me asomaba a la reja que formaban las varas oxidadas de las teclas, pero la piedra sólo dejaba al descubierto pequeños fragmentos de visión. Algunas letras se dispararon, chocando mudas contra la piedra roma, sin que de ellas surgiese el menor ruido. Mis teclas estaban aprisionadas. El hombre se acercó, para percibir nuestros leves hilos de vida. Comenzó a estrangularla nuevamente, mientras ella tanteaba para agarrar mi piedra mordaza. Podía golpearlo con ella y salvarse. Yo formaría todo el estruendo posible, con tal de distraer a aquel asesino. Pensé que de algún modo podría ayudarla, aunque fuese provocando que la mujer cayera, también, dentro de aquella cárcel de óxido. Al menos no estaría muerta, como no lo estaba yo. Recé, recé para que la máquina de escribir la absorbiera…
Mientras luchaban, despotriqué contra la fuerza negra que me recluyó hacía tanto tiempo, pidiéndole con todas mis fuerzas que le diese a ella, a la única persona que conocía mi paradero, una oportunidad para sobrevivir, aunque fuese de un modo tan absurdo. De repente el aire comenzó a girar, ensordeciéndome. Me ilusionó pensar que mi mala suerte tal vez pudiera revertirse. Era posible que por fin, después de tantos años… Entre las dos nos haríamos con el hombre enseguida si la suerte me liberaba. Si era yo quien salía, expelida por el remolino, podría retomar mi vida. Si ella entraba tampoco me quedaría sola. De todos modos, el aire ya se estaba moviendo, el aire decidía.
Mis teclas sonaron desmesuradamente cuando la piedra mordaza cayó al suelo. El brazo de ella se había quedado sin fuerzas de nuevo. Entonces el asesino se asomó a la diminuta reja negra. Aquel aire descomunal aumentó, y al mirar hacia un lado, exhausta por la fuerza de mi ruego, noté su presencia allí, estaba en alguna parte, en medio de las volutas de óxido que generaba mi teclado. El asesino había caído dentro. Compartiría conmigo aquella suerte de maleficio.
-S.O.S. –Era lo único que podía teclear. –S.O.S.
Con apenas un hilo de voz, la mujer se asomó al ovalo enrejado.
-Elena, ¿Eres tú?. Hazte a un lado.
Metió un abrecartas por las rendijas. Era inútil. Aquel tipo era ahora una esencia, como yo misma, no habría forma de acabar con él. Compartiríamos prisión por los siglos de los siglos.
-N.O. M.I.R.E.S. O. T.A.M.B.I.E.N C.A.E.R.A.S. –Escribí.
Hay una diferencia entre la protagonista del cuento y tú. Aquella tenía una buena historia; tú tienes una extraordinaria y talento desbordante para escribirla.
Muchísimas gracias por tu voto. Suerte en todo, todo.
Me gusto mucho el relato.
Por un momento me recordaba algo a uno de mis autores favoritos: F. Kafka.
Le felicito y gracias por compartirlo.
Un relato que puede leerse a muchos niveles, literalmente, como una historia de terror y metafóricamente, con esa máquina de escribir-cárcel simbólica que resulta tan real y amenazante a veces. Aterrador y divertido a partes iguales, con un toque surrealista. A veces, la inmediatez, y la frescura son tales que la reedacción debe correr tan libre como la historia. Creo que este es el caso.
Enhorabuena y suerte.
Adel, me has hecho recordar mis tardes lejanas, de niña, cuando acudía a aquella pequeña academia de mecanografía a repetir mil veces con la torpe fuerza de mis dedos: qwert, qwert, qwert… Había una máquina muy grande y alta, de color negro que me daba mucho miedo.
Magnífico relato y una prosa fluida y llena de mensajes. Mi enhorabuena y mi voto.
Hola Adel, te felicito por este relato tan original. Con una gran dosis de imaginación, sumerges al lector en una historia fantástica donde queda atrapado hasta el final, momento en el que se da cuenta de que él también está dentro de la máquina de escribir.
Te deseo mucha suerte.
Hola Ahuntsic. Muchas gracias, a ti y a todos por el comentario sobre mi relato. Quisiera pedir disculpas a todos, puesto que no he tenido tiempo material de leer más que unos cuantos de vuestros cuentos. No es por sosería, je, je. Dispongo de muy poco tiempo, y trabajo incluso los fines de semana, pero prometo ir robando minutos de donde sea para comentar los relatos de los demás compañeros, que es de lo que se trata. Seguro que voy a disfrutar de lo lindo leyéndolos, comentándolos y deleitándome con el murmullo tan genial de comentaristas y visitantes que hay este año.
Gracias, personica entrañable de nombre extraño.
Un saludo.
Una historia singular, muy bien escrita.
Enhorabuena.
Un buen ejercicio de imaginación literaria. Ágil y que necesitas leer hasta el final. Me ha gustado mucho.
Una oda a la mecanografía.
Merecería ser finalista. Suerte.
Me ha encantado la historia. La pobre chica, a punto de corregir su relato para enviarlo y, al final, se queda atrapada en la máquina porque la bibliotecaria quería presentarlo por la chica. Aunque me da pena que al final esa chica se quede atrapada con el asesino. Muy buena historia.
Hola, Cigüeña, muchos saludos. Gracias por comentar, me alegro de que te haya gustado el relato. La bibliotecaria envía el relato a concurso con el propio sobre de la chica, puesto que luego gana, y le otorgan el premio allí mismo, en el último lugar donde fue vista. Su madre incluso se sienta en su silla.
Un saludo. Buscaré entre todos los relatos también el tuyo, que seguro también es genial. Gracias por la atención que has dedicado al mío.
Aunque me he perdido en la redacción de algunos puntos del final de la historia, tu relato me ha gustado, es vivaz, inteligente, con esa dosis de humor y misterio que hacen de un texto un buen texto.
Un saludo
Esa máquina de escribir es mágica, Adel, pero sólo por contagio de los dedos que pulsan sus teclas y nos regalan cuentos tan preciosos como éste. Enhorabuena.
Me ha dejado una sonrisa colgada de los labios. Es muy bonita ,encantadora historia, una dulce metáfora. Gracias ,la felicito Adel!
¡Cuanto me gusta tu manera de escribir Adel! Directa. Fantástica. Atosigante. Sin dar respiro al lector desde la primera línea hasta la última. Enhorabuena.
Oh, qué dulzura. Brillante. Presiento una adicción a la escritura en usted.
Le falta un pequeño pulido, es cierto. Pero, por favor, siga deleitándonos con historias así. Enhorabuena y gracias.
Me ha encantado tu original historia. Fantástica metáfora de la abducción, por parte de del espíritu creativo, del escritor. Cuando lo de escribir se convierte en obsesión, es difícil escapar del mundo que se va creando en la mente para volver a la vida real. Bravo, Adel
Adel:
Posees una imaginación encantadora y vivaz.
Tu historia por momentos me ha llenado de ternura, en otros de poesía y en otros de intriga y misterio. Bien escrito. Enhorabuena.
Presioso relato el de esta nueva «Alicia en el país de las maravillas». Claustrofóbico, angustioso, con suspense y muy original. Además claro, de muy bien escrito.
Bonita y original historia. Metaliteraria: se utiliza la literatura para hablar de ella misma.
La máquina de escribir metáfora de la creación literaria… Me ha gustado, tienes una voz joven y fresca. Enhorabuena y suerte.