A malos tiempos, buena cara y mejores gestos
«—Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca».
Miguel de Cervantes; Don quijote de la Mancha. Primera parte, capítulo XVIII.
Quién me iba a decir que una epidemia iba a azotar nuestras vidas y convertiría nuestras calles y ciudades en fotogramas del mejor cine apocalíptico.
Quién me iba a decir, cuando llegaban las primeras noticias de China, que nosotros no tardaríamos en padecerlo.
Quién me iba a decir, cuando veía las imágenes de ciudades italianas confinadas, que después lo sufriríamos en España.
Quién nos iba a decir, cuando oíamos asegurar a don Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, que no nos iba a suceder lo mismo que a Italia, que en España serían casos aislados y poco más, que los alcanzaríamos y que nuestro sistema sanitario colapsaría por el Coronavirus.
Quién nos iba a decir, cuando desde el gobierno se nos animaba a asistir a la manifestación del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, «Hay que salir a llenar las calles», decían. Y Fernado Simón nos tranquilizaba afirmando que « Si mi hijo me pregunta si puede ir, le diré que haga lo que quiera», y, como nadie pone en riesgo la vida de un hijo, las manifestaciones, aunque inferiores al año anterior, fueron masivas en toda España. Quién nos iba a decir que nos poníamos a riesgo.
Curiosamente, Salvador Illa, ministro de Sanidad, el 9 de marzo dice que «el cambio de situación del coronavirus se produjo el mismo domingo al anochecer» y el gobierno admite que no controla la epidemia en Madrid, Vitoria y Labastida.
12 de marzo, el Ibex-35 se hunde…
Quién nos iba a decir que 6 días más tarde, el 14 de marzo, los infectados diagnosticados en toda España se han multiplicado por diez; hemos pasado de 674 infectados y 17 muertos, el 8 de marzo, a más de 6000 infectados y 193 muertos. Se ve que nuestros políticos no recordaron el refrán español «cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar». Teníamos a nuestra vecina Italia de ejemplo, qué desperdicio de tiempo.
El 15 de marzo, el gobierno de Pedro Sánchez declara el Estado de Alarma durante 14 días y se paraliza el país, salvo lo estrictamente necesario: sanidad, alimentación, ejército, fuerzas de seguridad y poco más. Ni enseñanza, ni ocio, ni actos culturales ni deportivos… Suspendido hasta nueva orden.
Quién nos iba a decir, a primeros de marzo, que, solo 20 días después, todos, hombres y mujeres, íbamos a temer por nuestra vida y, más de la mitad de nosotros, a perder el trabajo. Tremendo.
Quién nos iba a decir que, ante la muerte masiva de ancianos, proliferaran en las redes comentarios propios de sicópatas o, en el mejor de los casos, de personas egoístas y desagradecidas que ven en nuestros mayores no solo un estorbo, sino también a una raza diferente o de otro planeta, como si los demás fueran a ser jóvenes siempre y la vejez no fuera con ellos.
Vuelvo a abrir la prensa y leo:
Datos actualizados el 21 de marzo: en España tenemos 24,9266 infectados diagnosticados; en UCI, 1612; muertos, 1326; recuperados: 2.125.
Pedro Sánchez anuncia que el Estado de Alarma se prolongará dos semanas más.
Y ahora todos unidos y confinados en casita para para evitar el contagio y frenar la pandemia. Unidos sí, pero no acríticos con la situación que padecemos. Yo no sé ustedes, yo me siento, profundamente, defraudada por quienes se suponen que son las voces autorizadas en la materia, por los expertos. ¡Se han equivocado clamorosamente! ¿Cómo es posible?…
Dicho esto, siempre cabe la esperanza y de los momentos difíciles se aprende y se sacan fuerzas. Y de lo más oscuro estamos demostrando que somos capaces de crear nuevas formas de comunicación y belleza.
Corren por internet festivales de poesía, de música. De forma colectiva, salimos todos a nuestros balcones a las ocho de la tarde a prodigar aplausos a nuestro sistema sanitario por la labor incansable que realizan por nosotros. También hay cacerolas por lo que no nos gusta o consideramos injusto o ambas cosas. Y no digamos las voces privilegiadas que se lanzan a deleitarnos cantando arias maravillosas desde sus terrazas, o jugar al bingo, o salir a desahogarse del tedio de tanto encierro, o improvisar una procesión de Semana Santa con una Macarena que va desfilando de galería a galería por la cuerda de tender la ropa. Y cuando desde un balcón se oye una canción de Rosalía, a todo volumen, y es contestada desde el edificio contiguo, o cuando todo un vecindario canta «Resistiré» del Duo Dinámico. Vecinos que antes nos ignorábamos, ahora mantenemos el contacto a través de la lejanía. Recursos no nos faltan. Aun encerrados somos seres sociales y necesitamos saber del otro y que sepan de nosotros.
Dentro de la intimidad de nuestros hogares, pasamos el tiempo cómo mejor podemos: limpiando sobre limpio, leyendo, escribiendo el libro que nunca acabamos, atendiendo el ritmo frenético del whatsapp, teletrabajando. Y levantándonos, cada dos por tres, a lavarnos las manos. No hay que ponérselo fácil al virus.
Acabo de terminar una carta, una de las peticiones más tiernas en mucho tiempo, que una sobrina nos ha pedido a la familia para leérsela a su abuelo en videoconferencia, quiere ayudarle en la distancia a sobrellevar el recogimiento obligado y que ejercite su memoria recordando anécdotas familiares. Una amiga me comenta que en su edificio solo hay una niña pequeña que es la alegría del vecindario. Desde el confinamiento, la pobrecita le dice a su madre que ya no la quieren. Pues bien, están preparando una sorpresa para este domingo: todos saldrán a sus ventanas y balcones a cantarle que no la han olvidado y que extrañan su risa de cascabel. Yo, por mi parte, tengo un chiquitín de poco más de un año en el piso de arriba, al que oía poco, sin embargo, ahora lo siento hacer carreras y jugar.
Pienso en lo duro que tiene que ser para los pequeños esto, y lo mal que lo pasarán sus padres cuando les pidan desesperados salir a la calle a jugar. ¿Cómo se le explica esto a un niño? ¿Entenderá qué es un virus? ¿Y el contagio? ¿Y la muerte?
La muerte se presenta siempre sin ser invitada y siempre es cruel; aunque ahora más que nunca.Nos obliga a morir en soledad, mientras la familia y amigos, recluidos, ni siquiera pueden ofrecer la cálida mano que caliente el helado momento, o acompañarlo en su último suspiro, en su último paseo.
Quién nos iba a decir que huiríamos del abrazo, del beso, que la cercanía supondría un peligro y el calor humano, una amenaza. Qué harán los poetas que se han quedado sin suspiros, sin regazo enamorado, sin tacto, sin piel y sin el amoroso olor del amado o amada. ¿Qué será de nosotros?
El Rey dijo que «este virus no nos vencerá. Nos va a hacer más fuertes como sociedad» y como humanos, también. En nuestra ayuda acudirá la mirada, la sonrisa y la voz. Intentarán llenar el hueco irremplazable de la cercanía prohibida y perseguida, sabiendo que «no hay mal que cien años dure». O como dijo don Quijote: «Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenarse el tiempo y han de sucedernos bien las cosas (…)».
Que así sea. Imaginación no nos falta.
#YoMeQuedoEnCasa
Carmen Pita