Todos recordamos las películas de Indiana Jones y a los alemanes persiguiendo reliquias mitológicas, esotéricas me atrevo a decir.
En busca del arca perdida refleja a esos alemanes locos por encontrar “El arca de la alianza” que supone la supremacía del poder absoluto para aquél que la encuentre.
En La última cruzada (un increíble Sean Connery ejerce de socio cinematográfico del magistral Harrison Ford) nuevamente los alemanes buscaban algo —el Santo Grial—, el cáliz de la última cena, el receptáculo de la inmortalidad.
Pero ¿qué hay de realidad en esas películas de Steven Spilberg? ¿Hitler y su mano derecha Himmler eran tan entusiastas del Ocultismo, de lo Esotérico, como nos ha llegado hasta nuestros días?
Para conocer la respuesta debemos bucear un poco en su historia.
Todas las biografías consultadas sobre Adolf Hitler nos presentan a un niño huraño, muy apegado a su madre Klara Hitler y sin duda lleno de odio y temor hacia su padre Alois Hitler, alcohólico y maltratador de su esposa Klara.
Hitler fue un estudiante mediocre, me atrevo a decir, aunque por otro lado muy autodidacta.
Siendo él joven —adolescente— se empapó y refugió en lecturas buscando justicia, cruzadas, topándose y queriendo comprender el eterno dualismo del bien y el mal para enfrentarse y salir del problema reinante en casa.
Huelga decir que a esa edad —la adolescencia—, hay libros, autores, que marcan tu conducta y encaminan tus actos.
En la historia de Hitler, sin duda, dos autores así lo hicieron, sectorizando más si cabe la conducta del joven Hitler.
Estos dos autores pertenecían a la sociedad THULE, una sociedad tremendamente esotérica, curiosa, misteriosa, que perseguía algo.
Adentrémonos durante unos instantes en lo que perseguían y en lo que crearon. Indaguemos un poco más sobre esa sociedad para llegar a conclusiones.
La sociedad Thule, fundada en Munich a primeros de enero del año 1918 por Rudolf von Sebottedndorffse, fue llamada Thule en honor a las leyendas griegas y germanas de una isla misteriosa, distante y desconocida “hogar de los dioses germanos”.
Como buen “hogar”, la sociedad Thule albergaba a personas que creían e investigaban la vuelta al hogar verdadero, a las raíces.
Sí, lo habéis adivinado: LA ATLÁNTIDA.
Esta sociedad contó entre sus adeptos con la elite más exquisita de una sociedad insatisfecha por los tratados, acuerdos y comisiones abusivas impuestas a Alemania tras la primera guerra mundial. Una sociedad jerarquizada donde dos autores con un grado de implicación importante dentro de esta sociedad germana marcaron el rumbo de la historia, imprimieron y forjaron a Hitler.
1. Guido Von List, maestro de la Orden, destacado antisemita y proclamador de la raza aria.
2. Jörg Lanz Von Liebenfel, maestro de la Orden, escritor, periodista y ex monje que abogaba por esterilizar a los enfermos y a las razas inferiores glorificando a la raza aria.
Este autor, Liebenfels —gran estudioso de la Biblia y textos gnósticos y apócrifos—, pensaba y argumentaba que los arios eran los descendientes de los dioses atlantes, mientras que los pueblos inferiores eran los descendientes de los monos.
¿Por qué llegó a esta increíble deducción?
Porque en los escritos estudiados por él se describe a “mujeres-diosas rubias de ojos claros —Eva— que se aparearon con humanos-animales (hombres oscuros/demonios, entre los que se encuentran los judíos). Este apareamiento dio lugar a las razas mixtas que amenazaban a los sioses rubios y lo que ellos habían creado. Estos cruces de seres inferiores frente a los Dioses superiores causarían la atrofia de los poderes paranormales que los hombres-dioses arios poseían al nacer pero que no permitían llegar al grado máximo de perfección —Cristo ario— al estar contaminada la pureza de la sangre.”
¿Pero de donde sacó Liebenfels esta teoría?
He dicho antes que fue un gran estudioso de los textos gnósticos y sin duda en las epopeyas hindús nos encontramos con la descripción de una civilización madre, “La Atlántida” —una divinidad extraterrestre—, que es asolada por una terrible guerra, una lucha entre el bien y el mal (con otras civilizaciones extraterrestres), y que, después del Diluvio, los atlantes que sobrevivieron se dividieron entre los defensores del bien, “Shambala”, y los defensores del mal, “Aghata”.
Liebenfels descargó toda esta “teoría” en la revista Ostara, de la cual era dueño y señor.
101 números salieron a la calle para una sociedad ávida de leer, ávida de ser llevados hacia un lugar alejado de esa miseria que trajo a la sociedad alemana la primera guerra mundial.
Cien mil ejemplares vendidos proclamaban:
“La Salvación de la humanidad pura se obtiene mediante el rescate de la antigua sabiduría aria.” “Los arios somos la obra maestra de los dioses y están dotados de poderes sobrenaturales y paranormales, emanados de “centros de energía y “órganos eléctricos” que confieren supremacía absoluta sobre cualquier otra criatura”
¡Pues bien! De estas teorías, Hitler se hizo fiel seguidor y por ende con el trascurso del tiempo en algo más.
Sí, se estaba preparando el caldo de cultivo necesario para la segunda guerra mundial y el holocausto.
Hitler fue acunado en esta Sociedad, mecido con canticos proféticos. La nueva era ya había comenzado y él era el profeta, el elegido para liberar al mundo de las fuerzas oscuras y de los judíos.
Adoptaron la ESVÁSTICA —símbolo al revés de la Atlántida— y ya con Hitler alzado en el poder se financiaron expediciones que investigaban y buscaban en las antiguas epopeyas de todo el mundo a la civilización madre.
Se buscaron las entradas perdidas al reino de la Atlántida; se financió el estudio de cuándo volverían de nuevo, cuándo acabaría la era de oscuridad y cuándo regresarían los dioses atlantes para dar mayor verosimilitud a las teorías de la primera secta ocultista en llegar al poder y casi en dominar el mundo.
¡Uf! Ahí que coger aire al leer todo esto, o por lo menos yo lo hice cuando fui escogiendo la documentación para elaborar la novela, por que lo cierto y verdad es que en la expedición comandada por Himmler y agentes de las SS en los años treinta a las montañas del Himalaya dieron con un hallazgo: Unas Tablillas encontradas en Lhasa (Tibet) que hablan de esa civilización y de sus habitantes.
“Unos súper-hombres que usaban la telepatía como medio de comunicación; la teleportación para viajar; las técnicas de mente-sobre-materia.
Una civilización que usaban la ingeniería genética para crear robots o androides, así como la ingeniería industrial o aeroespacial para crear; computadores, máquinas voladoras muy avanzadas… (Nota: Lo Inesperado)
Soy consciente de que éste es un tema polémico, controvertido y he sido y soy víctima de duras criticas de todo tipo —quien me tilda de antisemita y quien me tilda de semita— y proclama a los cuatro vientos, sin cortarse, que el Holocausto fue una patraña.
Mientras sigamos pensando así, mientras obviemos que los alemanes durante la segunda guerra mundial buscaron y rebuscaron por los recónditos lugares de este planeta piezas arqueológicas con simbología y… otras cosas: lanza de Longinos; el arca de la Alianza; el Santo Grial; objetos volantes no identificados; las calaveras de cristal— que tan magistralmente llevó al cine nuevamente Steven Spielberg —por una obsesión patológica— aunque estuviera fundamentada— de una sociedad superior que había cohabitado en la Tierra, antes incluso que la primera civilización conocida, la sumeria.
Mientras no queramos aprender de la historia de una manera coherente, sin herirnos, desde el respeto, desde el entendimiento, desde la constructividad.
¡Amigos lectores! ¡Mal vamos! Significa que no hemos aprendido absolutamente nada.
El tema es apasionante y muchas, muchísimas cosas se han quedado en el tintero que espero desarrollar un poco más adelante.
Rebecca van Winter (Diciembre 2013)