El Millás que me gusta.
La obsesión por el cuerpo, las enfermedades, las experiencias vicarias, la complejidad que encierran los objetos cotidianos, ponga usted por caso el Fairy; el punto de vista tan especial de un autor que nunca dejó de ser un niño solitario; La constatación de que la escritura y la lectura son un signo de debilidad–cuando no de algo peor– son algunas de las pocas cosas que me quedaron claras tras leer y conocer a ese genio que es Juan José Millás. Un genio pero que es un tío muy normal en el fondo.
Al que le gustan las mismas series que a mi; series incluso pensadas para el público femenino como Los Kennedy. Millás se queda con los olores. Le gustó el ambientador de mi coche, por ejemplo. Se queda con los sabores. Es un cocinillas de cuidado y dice que hace un humus que lleva de todo. A saber. Millás me cayó muy bien, siendo de una normalidad tan aplastante que es anormal. Y odio a Maria José. Los que conozcan “El mundo”, saben a quien me refiero.
Algunos de los apuntes que tomé tras zamparme los Articuentos Completos y el mencionado “El mundo”
“La fiebre tiene que proceder de lo más hondo de uno mismo, como los fantasmas parecen salir del armario, como el terror que emerge de las sombras”
“La gripe (…) es como si alguien hubiera abierto una ventana a la altura de los riñones”
“¿No os ha sucedido nunca que al tocar algunos objetos o al acariciar determinadas personas os atacaba una suerte de inquietante extrañeza, como si estuvierais tocando o acariciando para otro o para otros que quizá se han quedado sin cuerpo y se han visto obligados a refugiarse en algún pliegue del vuestro para continuar teniendo, incluso de forma vicaria, sentimientos corporales?”
“La espalda es un lugar absurdo: un espacio devastado sin vegetación, un desierto en el que es imposible dar con una sombra”
“Tengo que averiguar si los bolsillos, como los armarios empotrados, se comunican entre sí secretamente. En tal caso, igual que ahora puedo entrar en el armario de un hotel para aparecer al instante en el de tu dormitorio, también sería posible que un objeto cualquiera introducido en el bolsillo de mi chaqueta—un anillo, una flor, una postal— cayera en realidad en el de la tuya”.
“A ver si puedo confirmar esta hipótesis y encontrar el conducto que une todos los bolsillos del universo mundo, porque de esta manera, al meter mi mano en el bolsillo del pantalón, podría aparecer en el bolsillo de tu falda; así, en lugar de sentir a través del forro mi muslo, presentiría el tuyo, y al rascarme rascaría tu pierna, y al alcanzar con la punta de los dedos mi sexo estaría en realidad rozando el tuyo”
“Al final, el juguete que más nos gusta es el cuerpo”.
“No podrían sin manos una mujer o un hombre sacar un conejo de una chistera ni unas monedas del bolsillo, ni pintarse las uñas, ni clausurar los párpados de los padres fallecidos con los ojos abiertos…Un bebé sin manos no tiene dónde almacenar la memoria de la ropa interior de su madre ni la textura de sus pezones…No hay lobotomía tan eficiente como la de arrancar del cuerpo las manos espantadas”.
“Si pensamos en el cuerpo como en una ferretería, resulta que eres tu propio jefe y la abres o cierras (con bisturí o sin él) a la hora que te dé la gana. Siete millones de pesetas por un óvulo, imagínense ustedes. Con que vendas uno cada 28 días te forras y puedes comerte el sobrante para que se reproduzca …Ahora bien, toda esa quincalla orgánica hay que gestionarla. No sé puede ir regalando los riñones y los hígados, por favor, con lo que le cuestan a uno. Personalmente, no soy alto ni tengo estudios y no aspiro a ser una boutique ni siquiera una ferretería. Pero mi cuerpo sería una excelente tienda de todo a cien ¿En qué puedo servirle?”
“En un mundo sin publicidad ¿Qué lugar ocuparía Fairy en nuestros corazones?”
“Cuando mi psicoanalista me preguntó que de dónde me venía mi afición a las pastillas, recordé una escena de infancia en la que mi madre le decía a una amiga que si en su tiempo hubiera habido pastillas anticonceptivas, no habría tenido la mitad de hijos que había traído al mundo. Hice cuentas y yo comprobé que pertenecía a la mitad maldita (…) Quizá me mato a base de pastillas para compensar la ausencia que habría evitado mi nacimiento”.
“Era un niño de segunda mano, prácticamente en todos los sentidos”
“No podía estudiar…Había en los libros de texto, o en mí, una suerte de opacidad que nos hacía incompatibles. Aunque pasaba mucho tiempo delante de ellos, a los cinco minutos de haberlos abierto ya me había fugado a través de una trampilla imaginaria por la que accedía al sótano, donde excavaba nuevas galerías narrativas, nuevas extensiones argumentales por las que avanzaba a ciegas, como un animal sin ojos”.
“Mi madre cosía con la radio puesta pero nos prohibía, incongruentemente, escucharla”
“Es imposible que este hombre mayor que escucha a Bach mientras golpea con furia el teclado del ordenador haya salido de aquel muchacho sin futuro. O yo soy irreal o el irreal es aquél..”
“Escribir bien presupone escribir al dictado de aquella parte de ti que permanece dentro del delirio, cuando la otra sale de él para comunicarse con los demás o para ganarse la vida”
“En el abatimiento hay, curiosamente, momentos de enorme dicha, otra vez el bisturí que daña y cura al mismo tiempo: cuando comprendo que si no tengo nada que perder puedo arriesgarlo todo”.
“La vida es difícil, más que enhebrar una aguja en el cielo o que meter a un camello en un pajar. La vida es dura, sí, sobre todo si uno ha decidido no bajarse los pantalones ni siquiera frente al practicante”.
Fuente:Blog de la autora