Dice wikipedia: “La magdalena o madalena (en francés: madeleine) es un postre tradicional de la región de Lorena, en Francia, que se ha extendido también por el resto del país, España y Latinoamérica. Las magdalenas tienen la forma de una pequeña concha, que se obtiene cociéndolas al horno en una placa metálica que tiene hoyos en forma de conchas. Hoy en día se suelen hacer en pequeños moldes de papel rizado. Tienen un gusto similar al bizcocho aromatizado con limón.
La receta tradicional lleva huevos, azúcar, mantequilla, harina de trigo, levadura y aroma de limón obtenido generalmente de la cáscara. En la receta tradicional francesa, se baten las claras de huevo a punto de nieve para dar más ligereza a la masa.
No deben confundirse con los muffins.”
Mi padre me regaló la trilogía de Marcel Proust cuando era universitaria y cursé mi Erasmus en Florencia. La lectura transcurría en el asiento del autobús, en los trenes de cercanías, en los parques esperando entre horas, al final de la noche, aguardando la madrugada, en el Duomo, en Fiesole y en el catre con ventanal de metro y medio y vistas a la cúpula de Bruneleschi del albergo Chiaza, donde me alojaba, en los cafés, en la mensa universitaria …
A esa edad el libro supuso para mí, el descubrimiento de una lectura llena de matices, sensual, ambigua, decadente, irónica, impresionista… que, en cierto modo, me hacía sentir diferente, progre, moderna. “En busca del tiempo perdido” y “Las muchachas en flor”, eran además iconos que gustaba de exhibir en público, como si de un slogan en mi camiseta se tratase, como un tatuaje semipermanente.
Esta semana, paseando por Chueca, me topé con un letrero que decía “La magdalena de Proust” y no pude evitar una amplia sonrisa. Me quedé pegada al escaparate y tras segundos de ligera duda, decidí entrar.
Lo atractivo del lugar pasa sin duda en un primer instante por el olor a dulce, a bizcocho, a té, a leche caliente, a chocolate, a pan, pero también a verduras, a arroz… y se potencia con la vista de mesas impecables, con ese toque irresistible del diseño cuidado y sensible, de detalle, con el sello de todo lo que se hace con la máxima “nacido para gustar”.
Sorprendente. El espacio, innovador y atractivo, clásico y con encanto, cuenta con una tienda en la que la marca ecológica y el producto saludable son protagonistas, una sala como espacio gastronómico para tomar algo en cualquier momento del día o incluso packs con comida para llevar a casa, servicio de catering y escuela de cocina que imparte cursos especializados. Además tienen comercializados bonos-regalo.
El concepto “la magdalena de Proust”, se denomina al proceso de evocar momentos del pasado a partir de un objeto, acto, sabor, color u olor desencadenantes del recuerdo. En el primero de los libros de “A la búsqueda del tiempo perdido”, el protagonista embebe en una taza de té con magdalena y el sabor de ésta desencadena los recuerdos de su vida:
[i]“Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro triste día tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en la que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme esa alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a aprehenderlo? Bebo un segundo trago, que no me dice más que el primero; luego un tercero, que ya me dice un poco menos”.
[…]
“Vuelvo con el pensamiento al instante en que tomé la primera cucharada de té, y me encuentro con el mismo estado, sin ninguna claridad nueva. Pido a mi alma un esfuerzo más que me traiga otra vez esa sensación fugitiva”.
Y en ese momento me acordé de Keri Russell y de la película “La Camarera”, me vino la imagen de Pilar con su bebé de diez días, recordé la tarta de manzana de la abuela Andrea con su pelo blanco y la piel tan suave a sus noventa años…
Probé la magdalena mojada en el té y entonces, sin quererlo, pensé en ti.
Ruth Ardyla @ruthardyla
Blog de la autora