Un genio traicionado por la vida
Oscar Wilde (1864-1900) no sólo es uno de los clásicos más importantes de la literatura anglosajona, sino que también es uno de los literatos más bellos a la hora de dulcificar la prosa, de crear una atmósfera totalmente alentadora y sutil; la maestría de un estilo elegante, presumiblemente seductor y armónico, hicieron de Wilde un poeta, dramaturgo y novelista (escasa producción literaria en el género novelístico) uno de los escritores más transcendentales y hegemónicos. Jorge Luis Borges, en un breve ensayo que le dedicó al escritor irlandés en 1946, señala de él al respecto: «Dio al siglo lo que el siglo exigía, «comedias larmoyantes» para los más y arabescos verbales para los menos». Una definición no del todo verosímil, aunque no del todo falsa, porque sin llegar a adular al arte wildeano demuestra los dos extremos en los que el escritor irlandés se defendía.
Ya como alumno de la Universidad de Oxford, Wilde era conocido por su excéntrica personalidad para todos sus compañeros. En esta época precoz, Oscar queda completamente imbuido por las obras de los principales teóricos del arte de la época, John Ruskin y Walter Pater. A menudo se le ha acuñado una personalidad desinhibida, como un predilecto de la belleza, el hedonismo absoluto, y gran arraigo a las formas estéticas que alteraban la mentalidad de la época –no en un sentido social, sino antropológico–. Pues no se puede negar que la vestimenta de Oscar Wilde rompía con la moda londinense del siglo XIX. Razón por la cual profesaba el dandismo; vestía con chaqueta de terciopelo, acicalada con un lirio en el ojal, medias, zapatos de charol, una corbata ancha y una melena lánguida. La invención de un nuevo canon reinventó a Wilde como un hombre innovador; pero sobre todo como a un teórico del Romanticismo inglés. Por ese mismo motivo, fue invitado a impartir conferencias por Estados Unidos, Inglaterra y Francia, sirviendo como incipiente para las formas artísticas, especialmente para la moda y la Literatura.
Poco a poco fue consagrándose como una persona popular. Pero, como cualquier moda, el tiempo ulula nuevas alternativas; mismamente por eso, pronto dejó Wilde de venerar los patrones estéticos y el dandismo. Entre 1887 y 1889 Wilde gesta su mayor triunfo literario con obras como El príncipe feliz (1888), La decadencia de la mentira (1889), El retrato de Mr. W. H. (1889), hasta llegar a su obra más famosa, su primera y única novela, El retrato de Dorian Gray (1890); obra que, al mismo tiempo que lo afamó, también le supuso grandes escándalos y vituperios de la sociedad, acusándole de inmoral, decadente y hedonista empedernido. Un año después, en 1891, fue recibido clamorosamente en París. Allí escribió una de sus más conocidas tragedias, Salomé. Pero en ese mismo año el destino le jugaría una mala pasada, al propagarse de manera visceral una amistad íntima con lord Alfred Douglas, hijo del marqués de Queensberry. Además frecuentaba lugares de una pléyade de hombres atractivos que, a menudo, no tenían una buena reputación social. Corría también el eco de que Wilde se había convertido en adúltero, sodomita, pagano ciegamente y dionisíaco de los goces del vivir. En una obra póstuma, que salió a la luz en 1905, con el título De produnfis, explicaría su fervor hedonista: «No deploro ni un solo instante de los que he dedicado al placer. Lo hice plenamente, como debemos hacer todo lo que hacemos. No hubo placer que yo no experimentase; eché la perla de mi alma en una copa de vino; descendí por el sendero florido de margaritas al son de las flautas; viví de panales de miel. Continuar la misma vida hubiera sido un error, pero abandonarla habría sido una limitación. Debía ir adelante; la otra mitad del jardín tenía también mis secretos para mí». Las acusaciones de las habladurías hicieron que el marqués Queensberry denunciara a Wilde de sodomita, siendo condenado a dos años de trabajos forzados.
Toda la gente que sintió veneración hacia él le dio la espalda, siendo ninguneado a expolios de todo tipo. Su propia familia, mujer e hijos, se avergonzaron de Wilde, yemigraron fuera de Inglaterra cambiando su apellido por el de Holland. Durante su estancia en prisión recibió la trágica noticia de la muerte de su madre –causa que agravó su estado de salud–. Y, como contrapartida, durante su experiencia penitenciaria, le comunicaron el estreno de Salomé en Estados Unidos. En 1897 ultimaría su condena, emprendiendo una vida adversa. Arruinado económicamente, rechazado por los editores, perdido su prestigio, marginado socialmente y obligado a emigrar fuera de Inglaterra, empezaría una etapa nueva, con el nombre de Sebastian Melmoth, terminando su última obra, Balada de la cárcel de Reeding. A la vista de los grandes escollos que tenía para vivir, no hacía sino suicidarse poco a poco, entre problemas psicológicos y físicos.
Un proceso meningítico de otitis aguda fue la causa de su muerte en 1900. Sus restos mortales se hallan en el cementerio de artistas Père-Lacheise, y su mausoleo es conocido como La Tumba del Ángel Castrado. Puede que todas las experiencias de éxito vengan acompañadas de tragedias. Pareciera que escritores virtuosos de la lengua están predestinados a sufrir grandes derrotas y fracasos. Oscar Wilde, por lo menos, fue uno de ellos; desafió al destino, no por la popularidad sino para vivir acorde consigo mismo. Porque, sin poderlo evitar, fue, ante todo, un genio traicionado por la vida.
Javier Fernández