Del aceite de colza (1981) al ébola (2014).
Vivíamos en una España aún en blanco y negro. Pocos televisores en color, apenas alguno de los primeros vídeos Betamax, la radio y los transistores presidían las cocinas por la mañana y por las noches antes del descanso. Un programa de entretenimiento tan sencillo como el Un, dos, tres congregaba a toda la familia en la primera cadena y La 2 era entonces, y sigue siendo, la cadena cultural por excelencia. No había más.
Fue un año convulso y difícil el de 1981; creo que éramos conscientes de que atravesábamos momentos de tremenda inestabilidad. El país estaba sometido a cambios constantes en las condiciones laborales, envuelto en un nuevo desarrollo económico, en la mejora de los derechos civiles y en la consolidación de una forma de gobierno distinta. Acabábamos de dejar atrás un golpe de estado tras varios años de incertidumbre y sabíamos que quedaba mucho por hacer. Nos reconocíamos diversos y dispares y andábamos con tiento de no ofendernos con brusquedad. Cada uno expresaba su opinión, sí; pero, como el trato era personal y cara a cara, o como mucho por carta o teléfono, tratábamos de ser comedidos y discutir en lo posible educadamente cualquier tema a fin de no crear nunca alto voltaje incendiario. Sólo un año y medio después el Partido Socialista ganaría las elecciones generales por mayoría absoluta sin que eso despeinara en exceso a la población, que aceptó el cambio como uno más entre los muchos que ya habíamos tenido desde que llegara a España el famoso Mayo del 68 francés y de los que aún intuíamos tendríamos que afrontar.
En mayo de aquel año de 1981 yo ejercía como enfermera en Madrid, en el hospital Ramón y Cajal, y allí viví en primera persona todo el proceso de atención a los miles de enfermos que empezaron a llegar, de un día para otro, afectados gravemente por una neumonía atípica de etiología desconocida en el mundo entero y que no respondía a ningún tratamiento. Recuerdo bien el desconcierto de pacientes, médicos y todo el personal sanitario. Nadie en ese momento podía decir si era un proceso infectocontagioso, de qué forma se trasmitía, ni si existía forma de aplicar protocolo alguno excepto la prevención lógica ante cualquier caso sospechoso de serlo. Algunos enfermos fallecieron en los primeros días, lo que aún nos alarmó más. Tampoco sabíamos el periodo de incubación o latencia de la enfermedad. Tener la radio encendida se convirtió en norma porque la televisión emitía información solo en los telediarios.
No hubo opción de ser voluntario o no, porque todo el personal era necesario. Con miedo y muchas reservas nos mantuvimos en nuestro puesto de trabajo, atendiendo a los pacientes sin saber qué pasaría después. Las precauciones que tomamos en cada servicio eran las similares a las recomendadas en cualquier proceso contagioso: batas, guantes y mascarillas. Pasados quince días sin que ninguno de nosotros hubiera contraído la enfermedad, al menos en mi servicio, ya empezamos a dar por sentado que la vía de trasmisión no era la habitual y que el peligro de contagio directo era improbable.
Poco a poco el abanico de patologías aumentaba y se extendió también al aparato digestivo, el sistema cardiovascular, la piel o el sistema nervioso periférico. Se especuló con todo tipo de hipótesis en el mes largo que tuvo que pasar hasta que tuvimos las primeras informaciones serias de que esta afección era una intoxicación producida por la ingestión de un aceite de colza desnaturalizado con anilina vendido ilegalmente por vendedores ambulantes en mercadillos. Ya entonces, y desde que el hombre es hombre, ha habido quien ha querido enriquecerse sin mirar cómo ni a quién o sin tener en cuenta que podía perjudicar a otro ser humano.
Desde hace tiempo se llama SAT (síndrome del aceite tóxico), pero entonces se conocía por la «enfermedad de la colza». Es posible incluso que mucha gente no recuerde siquiera que aquella epidemia se llevó por delante en los primeros meses a más de trescientas personas, hubo más de diez mil hospitalizaciones y un global de veinte mil afectados.
Ahora nos toca vivir en el año 2014. Igualmente sufrimos una crisis de incertidumbre en todos los ámbitos porque el mundo se está globalizando sin pausa y hay transformaciones económicas que están dinamitando el trabajo tal y como lo conocíamos. Es más, hay ocupaciones que aparecen y desaparecen o se reconvierten, al igual que algunas profesiones, en pocos años. También experimentamos cambios sociales y culturales en los que todos estamos implicados e interrelacionados con el resto del mundo gracias a la diversidad y capacidad de acceso a los medios de comunicación. Tenemos una juventud educada y titulada que ha crecido con prosperidad y desahogo, más crecida en los derechos que en las obligaciones y que, por desgracia, parece desconocer parte de la historia y del recorrido de este país que sufrió una tremenda postguerra llena de privaciones y pobreza pero que es ejemplo en el mundo por como abordó la transición de un régimen totalitario a otro democrático, curiosamente, con un altísimo porcentaje de analfabetos pero con una tremenda ilusión por una vida en paz y concordia.
Ahora no sólo poseemos radios y televisiones a todo color, en alta definición y de todo tipo; también internet, ordenadores, móviles y tabletas que nos permiten obtener y generar información en pocos minutos. Y es una pena que se conozca mucho mejor lo que acontece en cualquier parte del mundo en pocos instantes que lo que les ocurrió a nuestros padres y abuelos hace apenas treinta, cuarenta o cincuenta años; una experiencia extremadamente valiosa que es posible que nos sirviera para lo que obviamente estamos obligados a hacer: reinventarnos cada día.
Al fin y al cabo, la duda, la culpa, el miedo, la edad del pavo, el primer amor, la amistad, la educación o los modales, el riesgo, la enfermedad, el dolor, el odio, la muerte y tantas otras cosas siguen estando ahí y siguen perturbando a todo ser humano de igual manera, aunque ahora podamos expresarlo y compartirlo de formas nunca antes conocidas.
¿Qué diferencia a aquella tremenda epidemia de neumonía atípica de esta llamada crisis del ébola con una sola infectada en toda España?
Fundamentalmente la importantísima influencia de los medios de comunicación, que, a tenor de sus intereses de audiencia, no informan siempre debidamente, sino que aumentan, distorsionan y hasta retuercen la verdad al gusto del morbo que más satisfaga a sus espectadores. También las redes sociales, donde se vierte odio, insulto, mentira e ingenio y donde de repente todo el mundo es experto en sanidad, prevención, protocolos, vías de contagio, vacunas y experimentos y se cree cualificado para otorgar culpabilidades, honores y hasta soluciones.
No sé si alguien ha explicado, y esto es importante, que hay en España unos veintiséis mil accidentes sanitarios en la atención a enfermos cada año. Que un accidente lo puede tener cualquier profesional incluso siguiendo todos los protocolos, aun estando debidamente informado y protegido. Por eso se llama accidente laboral y no de otro modo.
Hay que dejar claro que cualquier profesional sanitario sabe, o debe saber cuando se dedica a ejercer, que no existe riesgo cero en nuestra profesión. Ni en una epidemia, ni en una catástrofe, ni siquiera en un día normal. Se pueden minimizar los riesgos, y para eso nos enseñan, estudiamos y estamos cualificados, para trabajar en este ámbito. Pero, a pesar de tomar todas las precauciones, existen accidentes profesionales que suceden en circunstancias del todo imprevisibles, sobre todo en urgencias, con pacientes sin diagnóstico previo.
Una diferencia fundamental entre el SAT de 1981 y esta pasada crisis sanitaria es que aquella no era una enfermedad importada como el ébola, de la que, aunque poco, ya se conoce su origen y forma de contagio y es investigada hace años por distintos laboratorios. También que no fue un caso, sino miles y miles de afectados. Sin embargo, nadie del personal sanitario pensó en ningún momento que era un héroe por hacer su trabajo, ni tampoco enfermo o pariente alguno consideró que una desgracia de tal calibre supusiera una especie de «lotería mediática» a la que sacar beneficios millonarios. No hay más que ver los vídeos de la época para hacerse una idea de la desolación infinita de los afectados que más tarde se asociaron para pedir responsabilidades, muchas de las cuales aún están pendientes de solventar.
En el ámbito político, poco se ha cambiado, probablemente existen las mismas actitudes: buscar un culpable a quien endilgar el fiasco. Con más violencia verbal, con más intereses partidarios, pero más o menos la misma historia de entonces.
En el ámbito sanitario, también como siempre: buscar soluciones, investigar y ayudar. De más de doscientos sanitarios implicados en el tratamiento de los dos sacerdotes y Teresa Romero sólo tenemos que lamentar un contagio, que ha sido, a mi entender, claramente un accidente.
Hemos aprovechado, además, mucho mejor el conocimiento, la investigación, la comunicación y los medios generados en todo el mundo, que esa sí es la parte más que positiva de la globalización que tanto denostamos pero que tiene grandes posibilidades si sabemos encauzarla, ya que es evidente que este cambio es irreversible. Hemos traído suero de la hermana Paciencia de África, antivirales y vacunas de EE.UU. y otros países; hemos estado informados hasta de la temperatura diaria de cada profesional aislado por sospecha de contagio. Y ya somos un país libre de ébola.
¿Que por qué os cuento todo esto?
No lo sé con certeza; no hay en mi ánimo el más mínimo interés en crear polémica ni en tener una razón mejor que la de otros. Simplemente, de repente, en este barullo mediático al que nos han sometido durante estos meses, han sido muchas las imágenes que han sacudido mi memoria, quizá el subconsciente. He recordado esos tiempos donde la palabra dada se cumplía, donde el dinero era importante como siempre, pero no el único motor de la existencia; donde la educación, la honestidad, una larga trayectoria, el trabajo y el esfuerzo eran un valor social tenido en cuenta, y he pensado que quizá estaría bien contarlo por si a alguien puede interesarle. Sólo eso.
Y uno de los recuerdos que he saboreado ha sido recuperar la película de Disney Merlín el encantador y divertirme con algunas frases con las que el sabio mago aleccionaba al joven Arturo en los albores del siglo XII:
«El mundo está lleno de problemas. ¿Ves lo mal que anda el mundo en estos días? Es un infernal desorden. Todo el mundo cultiva el músculo y no el intelecto.»
Por lo visto, no cambiamos tanto como parece.
Saludos otoñales.
Luisa Núñez
CEO del Portal Canal Literatura
Especialista Universitario en Sistemas Interactivos de Comunicación
Luisa, te felicito por este magnífico artículo. Me parece interesantísimo tu testimonio de primera mano sobre las tremendas consecuencias del consumo del aceite de colza y tu análisis comparativo con la actual crisis del ebola.
Comparto plenamente tus planteamientos acerca de la parafernalia mediática que se ha montado, y tus críticas a determinados comportamientos y actitudes oportunistas de toda índole que se han manifestado en torno a la enfermedad.
Enhorabuena por este magnifico trabajo.
Interesantísimo Luisa este artículo. La crítica, desde la coherencia, y en este caso encima reforzada por tu experiencia.
Al final la sabiduría de Merlin rematando con gracia.
Gracias, Y Felicidades. Un beso enorme.
Muy interesante el artículo y de plena actualidad. Y esa llamada de atención a determinados medios de comunicación que más que informar lo que hacen es deformar las noticias para generar polémica y, a veces, ganar dinero fácil.
Un besazo, Luisa.
Poniendo el dedo en la llaga de ciertas actitudes tan humanas. En momentos críticos, algunos reaccionan con lo mejor de sí mismos y a otros les brota el deseo de aprovecharse de la situación. También hay quienes maliterpretan las palabras y las acciones de los demás. En fin, nada que no sepamos.
Un beso para todos.
Gracias Julia, Ameli,Clara y Elena por leerlo y darme vuestra opinión. Sois generosas conmigo.A veces creo que estoy en la fase «abuela batallitas». Pero no me importa demasiado.Es mi experiencia y la cuento.
Un besazo apretao 🙂